Devocional de Semana Santa: Sábado Santo
- Fernando Arias
- 19 abr
- 4 Min. de lectura
¡Bienvenido a nuestro recorrido devocional por Semana Santa! Si has llegado hasta aquí, te invito a que repases también los devocionales de los días anteriores, desde el Domingo de Ramos hasta el Viernes Santo, para seguir este viaje completo hacia la Resurrección. Puedes encontrarlos en este mismo sitio haciendo click "Blog / Artículos" en el menú.
Lectura bíblica sugerida para hoy. Te recomiendo la cita de Mateo y luego la de Lucas o Juan. Puedes hacer click en cualquiera de ellas.

Hoy nos detenemos en un día silencioso, muchas veces olvidado pero profundamente significativo: el Sábado Santo. Pero antes, quiero contarte lo que ocurrió el viernes, después de la crucifixión, cuando el cuerpo de Jesús aún colgaba del madero.
Después de la dolorosa crucifixión, cuando Jesús entregó su espíritu alrededor de las tres

de la tarde, un hombre llamado José de Arimatea, miembro del Sanedrín, pero seguidor de Jesús en secreto, tomó valor y fue a pedirle a Pilato el cuerpo del Señor para sepultarlo dignamente. Junto a Nicodemo, llevaron el cuerpo y lo envolvieron en lienzos con especias aromáticas, como era la costumbre judía para los entierros.
Colocaron su cuerpo en una tumba nueva, tallada en roca muy cerca del lugar de la crucifixión. Era un acto apresurado, pues se acercaba el atardecer y con él el inicio del sábado, día sagrado para los judíos en el que no se podía realizar ningún trabajo.
Ese viernes terminó con las mujeres observando desde cierta distancia el lugar donde fue colocado el cuerpo de su Maestro, con los corazones desgarrados y la promesa del Señor resonando en su mente: “Al tercer día resucitaré”. Y llegó el sábado.
El sábado fue un día extraño. Después de la conmoción de la crucifixión, las calles de Jerusalén se llenaron en un pesado silencio. Los discípulos estaban escondidos, temerosos de correr la misma suerte que su Maestro. La tristeza, la confusión y la incertidumbre llenaban cada rincón. Fue como ese momento que muchos hemos vivido al salir de un funeral o de un entierro: todo parece seguir igual, pero ya nada es igual. Los lugares conocidos, las calles habituales y los rostros de siempre de pronto se sienten ajenos, como si el mundo continuara sin percibir el dolor que uno carga dentro. Así debieron sentirse los discípulos, las mujeres y quienes amaron a Jesús. El mundo seguía su curso, pero para ellos mucho había cambiado.
Mientras tanto, las autoridades religiosas no se sentían tranquilas. Recordaban que Jesús había dicho que resucitaría al tercer día, y temían que sus seguidores intentaran tomar su cuerpo para simular ese cumplimiento. Por eso, acudieron a Pilato y le pidieron que asegurara la tumba. Se selló con una piedra muy pesada y colocaron guardias.
En ese mismo día, algunas mujeres fieles como María Magdalena, María la madre de Jacobo y Salomé preparaban especias y perfumes para ungir el cuerpo de Jesús, respetando el reposo sabático y planeando volver al sepulcro al amanecer del domingo.
Reflexión
El Sábado Santo representa esos momentos en los que todo parece perdido, cuando Dios parece callar y no vemos respuesta. Es ese tiempo intermedio entre la cruz y la resurrección, donde la fe se enfrenta al silencio de Dios.
Muchas veces en nuestra vida espiritual atravesamos “sábados santos”: días de duelo, preguntas sin respuesta, oraciones que aún no han sido contestadas. Pero este día nos recuerda que, aunque parece que nada sucede, Dios está obrando en lo invisible. Aun en el silencio, su plan sigue en marcha.
El cuerpo de Jesús estaba en una tumba, pero el propósito de Dios seguía su curso. La resurrección no se detuvo. Y así también en tu vida: aunque hoy parezca que todo está detenido, Dios ya preparó el tercer día.
Dato curioso
El sello romano colocado en la tumba de Jesús era un símbolo de máxima autoridad. Romperlo implicaba enfrentarse al imperio. Sin embargo, ni Roma ni los líderes religiosos pudieron detener el poder de Dios. Al amanecer del domingo, ese sello no tendría ningún valor ante los planes de Dios.

El sello romano era una cuerda o soga fina que se colocaba cruzando la piedra de la entrada del sepulcro, y en sus extremos se fijaba con barro o arcilla húmeda. Sobre ese barro se imprimía el anillo o sello oficial del gobernador o de una autoridad imperial, marcando con su símbolo personal o con el del César, para indicar que ese lugar estaba bajo custodia y que violar ese sello era un delito grave contra Roma, equivalente a traición. En Mateo 27:66 leemos: “Entonces ellos fueron y aseguraron el sepulcro, sellando la piedra y poniendo la guardia”
El propósito del sello era evitar que alguien entrara sin autorización. Si la piedra se movía, la cuerda se rompería y el sello quedaría destruido, alertando de una violación a la seguridad del lugar. Romper ese sello era un crimen. Pero la resurrección fue un acto que ninguna autoridad humana podía impedir.
Oración
Señor, en los días de silencio y espera, ayúdame a confiar en que sigues obrando, aunque no lo vea. Enséñame a esperar con esperanza, a recordar que la resurrección siempre llega para quienes te aman y confían en Ti. Que en mis “sábados santos” no pierda la fe, sino que espere en tu fidelidad. Amén. Te recomiendo escuchar en este momento esta hermosa canción: En Tí Confía Mi Corazón, Marco Barrientos.
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Gracias por acompañarnos en este devocional de Sábado Santo. Te invito a no perderte el último devocional de la semana: Domingo de Resurrección, el día que cambió la historia para siempre. ¡Nos vemos pronto!
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