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"Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen": la súplica que partió la historia

  • Foto del escritor: Fernando Arias
    Fernando Arias
  • 18 abr
  • 4 Min. de lectura

Hay palabras que se dicen y se olvidan. Otras, se graban en piedra. Pero hay algunas que se clavan como estacas en la historia y en el alma. Una de esas frases brotó de los labios de Jesús, colgado en la cruz, desangrándose lentamente, con el cuerpo lacerado y el corazón dispuesto al sacrificio: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.” (Lucas 23:34)


¿Cómo puede alguien, en medio del mayor dolor físico y emocional, pronunciar una oración por quienes lo están matando? Esta súplica de Jesús no es solo una expresión conmovedora, es una ventana al corazón de Dios, una declaración teológica muy profunda, y una enseñanza sobre el perdón y la misericordia.

 “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.” (Lucas 23:34)
 “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.” (Lucas 23:34)

Una súplica en medio del tormento


Jesús está siendo crucificado. No solo está herido, sino ha sido avergonzado públicamente, tratado como un criminal por un pueblo que días antes lo aclamaba. En ese contexto, cualquiera esperaría un clamor de justicia, o una palabra de condena. Pero Jesús intercede: “Padre, perdónalos.”


Desde el punto de vista teológico, esto revela que el perdón no se origina en la bondad humana, sino en el corazón de Dios. Jesús, en su humanidad, ora al Padre, pero como Hijo eterno, expresa su voluntad unida a la del Padre: que el perdón sea ofrecido incluso a sus ofensores. Aquí no hay resentimiento, es pura redención.


Esta actitud ya había sido anunciada por los profetas. Isaías lo escribió siglos antes: “…y con los pecadores fue contado, habiendo él llevado el pecado de muchos, y orado por los transgresores” (Isaías 53:12). En la cruz, Jesús cumple esa profecía.


“Porque no saben lo que hacen.


A primera vista, esta frase de Jesús parece suavizar la culpa de quienes lo crucificaron. ¿Está diciendo que no son responsables de sus actos? No exactamente.


Desde una perspectiva espiritual, Jesús no minimiza la maldad de lo que hicieron. Lo que hace es revelar la ceguera de sus corazones. Los líderes religiosos creían estar defendiendo la ley. Los soldados solo cumplían órdenes. Y la multitud, manipulada, prefirió a Barrabás. Ellos no comprendían que estaban crucificando al Autor de la vida. Pero su ignorancia no los hacía inocentes; solo dejaba en evidencia cuán necesitados estaban de gracia.


Años después, el apóstol Pablo también se refiere a esto: “...porque si la hubieran conocido, nunca habrían crucificado al Señor de gloria” (1 Corintios 2:8). Es decir, desconocían quién era Jesús, pero eso no cambiaba la naturaleza pecaminosa de sus actos. Lo verdaderamente asombroso es que Jesús no usa su ignorancia como argumento de condena, sino como razón para pedir perdón al Padre en favor de ellos.


No solo perdona a sus enemigos; también ora


Jesús no solo perdona a sus enemigos; también ora por ellos. Y eso es más que un gesto personal. Es la encarnación de lo que enseñó: “Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen” (Mateo 5:44).


En la cruz, Jesús no está repitiendo el Sermón del Monte; lo está viviendo. Esta es la verdadera ética del Reino de Dios: el perdón no depende del arrepentimiento del otro, sino del amor de quien decide perdonar.


Y no es casualidad que uno de los primeros frutos de esa oración aparezca poco después. Un centurión romano, que fue testigo de todo, declara: “Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios” (Lucas 23:47). Más adelante, un perseguidor como lo era Saulo de Tarso se convierte en Pablo, apóstol de Cristo. Es como si la súplica de Jesús comenzara a derribar murallas desde ese mismo instante.


Una invitación al discípulo de hoy


Esta oración no es solo una verdad teológica, es un modelo para nosotros. Esteban, el primer mártir cristiano, repitió la misma actitud cuando fue apedreado: “Señor, no les tomes en cuenta este pecado.” (Hechos 7:60). El discipulado real es aquel que ha sido tan transformado por la gracia de Dios, que puede perdonar incluso en el momento más oscuro.


Finalmente, esta oración de Jesús nos lleva a la esencia del Evangelio. Él no muere para condenar, sino para salvar. “Porque el Hijo del Hombre no ha venido para perder las almas de los hombres, sino para salvarlas.” (Lucas 9:56). Jesús ora por el perdón, y luego paga con su sangre el precio de ese perdón.


No hay cristianismo sin cruz, y no hay cruz sin perdón.

Como ya lo vimos, “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” no es solo una frase conmovedora, es una declaración que revela el carácter de Dios, la necesidad humana, y el camino de vida para sus discípulos.


A través de estas palabras, Jesús no solo intercede por sus verdugos. Intercede por ti y por mí. Porque muchas veces, tampoco hemos sabido lo que hacíamos. Y aun así, el perdón fue dado. El cielo ha sido abierto. La gracia ha sido derramada. Solo nos corresponde aceptarla, vivirla y compartirla.


Si no lo has leído aún, esta semana hemos estado reflexionando sobre los días más importantes del ministerio de Jesús en la Tierra. Es un devocional que te permite meditar y conectarte con Dios en un tiempo crucial para nuestra fe. Acá te dejo el devocional de hoy: Viernes Santo: un amor que escogió los clavos, un perdón que venció al pecado.

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