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Reconstruyendo Relaciones: El Avivamiento que Comienza en Casa

  • Foto del escritor: Fernando Arias
    Fernando Arias
  • 3 ago
  • 6 Min. de lectura

El último versículo del Antiguo Testamento no es una advertencia, ni una promesa de prosperidad, ni siquiera una exhortación a la obediencia ritual. Es un clamor por la restauración del corazón: “Y él hará volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres...” (Malaquías 4:6)


Con esta palabra se cerró el Antiguo Pacto y comenzaron 400 años de silencio profético. Es como si Dios dijera: “Este será el sello de todo lo que les he hablado hasta ahora: quiero restaurar el amor y la unidad en sus hogares”. La última palabra de Dios antes del Mesías no fue sobre templos ni sacrificios, sino sobre corazones que se reconcilian. Porque el avivamiento que Dios anhela no comienza en estadios llenos, sino en hogares restaurados.


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El plan de Dios incluye vínculos restaurados

“Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación”(2 Corintios 5:18)

Dios no solo nos reconcilió con Él: nos convirtió en embajadores de reconciliación. No es coherente decir que caminamos con Dios mientras vivimos enemistados con nuestros padres, hijos, cónyuge o hermanos. El Reino de Dios se manifiesta cuando somos capaces de reconstruir lo que el pecado, el orgullo o el dolor destruyó.


Aquí surge una pregunta importate: ¿Por qué primero los padres? “Y él hará volver el corazón de los padres hacia los hijos…” (Malaquías 4:6a) Dios demanda que el primer paso venga del liderazgo espiritual del hogar: los padres.


Te dejo tres razones:

  • Porque el liderazgo espiritual empieza en casa. En la Biblia, el padre (junto con la madre) tiene el rol de formación, protección y dirección espiritual.

  • Porque el corazón de los hijos responde al de los padres. Muchas veces el rechazo de los hijos nace como reacción al abandono, la indiferencia o heridas no sanadas. Pero cuando el padre se vuelve, se humilla, se arrepiente, el corazón del hijo puede responder con apertura.

  • Porque el padre que se alinea con Dios se convierte en puente de reconciliación. El corazón que se vuelve no solo lidera, sino sana.


El orgullo es enemigo de la restauración

“Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes”(Santiago 4:6)

El orgullo edifica muros; la humildad construye puentes. El orgullo evita decir “lo siento”, “me equivoqué”, “te necesito”. Pero cuando alguien se humilla, la gracia de Dios se derrama. El orgullo interrumpe la restauración familiar porque endurece el corazón e impide los actos fundamentales que sanan una relación: pedir perdón, reconocer errores, escuchar con empatía y dar el primer paso hacia la reconciliación. En otras palabras, el orgullo levanta muros donde Dios quiere construir puentes.


Ejemplos bíblicos que lo muestran:

  • Jacob y Esaú (Génesis 33): después de años, Jacob se humilló y Esaú corrió a abrazarlo.

  • El hijo pródigo (Lucas 15): volvió a casa diciendo “he pecado”.

  • Pedro y Jesús (Juan 21): Jesús restauró a Pedro no ignorando el dolor, sino cubriéndolo de gracia.


Honra, perdón y reconciliación abren la puerta a la bendición

Honra a tu padre y a tu madre, que es el primer mandamiento con promesa; para que te vaya bien, y seas de larga vida sobre la tierra. Y vosotros, padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en disciplina y amonestación del Señor.”(Efesios 6:2–4)


La honra abre la puerta a la bendición porque alinea el corazón con el orden de Dios. Honrar a los padres, al cónyuge o a la autoridad espiritual no es una recompensa al mérito humano, sino una obediencia al diseño de Dios. Él prometió que la honra trae bienestar y larga vida (Efesios 6:2–3), porque crea un ambiente donde fluye la gracia, la restauración y la protección. Una familia donde se honra, aunque haya errores, tiene el corazón dispuesto para sanar, escuchar, pedir perdón y transmitir bendición de generación en generación.


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Y a propósito de "La Bendición"...

Hay palabras que no solo se escuchan con los oídos, sino que marcan el alma. Una de esas palabras para mí fue la bendición de Números 6. No fue simplemente leída, ni casualmente mencionada. Fue declarada, repetida, sembrada sobre mi vida y la de mis hermanos por mi mamá. No nos dejaba salir de la puerta sin antes recibirla. No importando la prisa que llevábamos.


“Jehová te bendiga, y te guarde; Jehová haga resplandecer su rostro sobre ti, y tenga de ti misericordia; Jehová alce sobre ti su rostro, y ponga en ti paz.” (Números 6:24–26)


Recuerdo cómo ella, con convicción y amor, nos hablaba esa bendición. No como un deseo vago, sino como una verdad espiritual que proclamaba sobre nosotros, una cobertura que nos seguía adonde fuéramos. Era como si en cada palabra ella estuviera diciendo:"Ustedes no están solos. Están bajo la mano de Dios. Son hijos bendecidos."


Con los años, esa bendición se convirtió en herencia espiritual. No quedó solo como un eco del pasado, sino que la llevé conmigo al ministerio, al matrimonio, a la paternidad. Desde la fundación de nuestra iglesia, esa ha sido una bendición que declaramos sobre nuestras familias, sobre los hijos, sobre la congregación. Y hoy mi sueño es que mis hijos la abracen… y que mis nietos un día la continúen.


Porque cuando Dios te bendice, no es solo para que lo disfrutes, sino para que te conviertas tú mismo en canal de bendición. Esa es la esencia del pacto: “Y serán benditas en ti todas las familias de la tierra.”(Génesis 12:3, RVR1960)

La verdadera libertad no es solo librarnos del pecado, sino ser libres para amar, para honrar, para hablar vida, para bendecir sin miedo y sin medida.


Enseñemos a nuestros hijos a bendecir

En un mundo donde las palabras a menudo hieren o destruyen, enseñar a nuestros hijos a declarar bendición es enseñarles a construir. Porque cada vez que tú bendices a tu hijo, a tu esposa, a un miembro de la iglesia, estás recordando quiénes somos:

  • Hijos bendecidos.

  • Llamados a bendecir.

  • Herederos de una promesa que no se rompe.

Y como padres, nuestra voz tiene peso espiritual. Lo que digamos puede abrir o cerrar el corazón de una generación.

El pasado importa si interrumpe el presente y sabotea el futuro

“Él sana a los quebrantados de corazón, Y venda sus heridas.”(Salmos 147:3)

Muchos quieren ignorar el pasado, pero el pasado no sanado sigue sangrando (es una herida abierta). No se trata de revivir el dolor, sino de sanarlo. Dios no quiere que quedemos atrapados en recuerdos traumáticos, pero tampoco que neguemos lo que aún nos afecta. Perdonar no borra el pasado, pero evita que destruya el futuro. Para ser libres del pasado, hay que sanarlo primero. Hay heridas que esclavizan, y no se trata solo de recordarlas, sino de romper su poder sobre nuestra identidad.


¿Libres de qué?

  • Rechazo

  • Indiferencia

  • Violencia

  • Abuso

  • Celos

  • Infidelidad


Cristo vino a darnos libertad, y esa libertad incluye la capacidad de amar y ser amados sin temor, sin máscaras y sin cadenas del pasado.


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Tres obstáculos que impiden reconstruir relaciones


Dios desea restaurar, pero a menudo hay obstáculos que debemos vencer con su ayuda. Son muros que debemos derribar que estorban en el hogar.


1. Las fallas del pasado

“Entonces Ananías respondió: Señor, he oído de muchos acerca de este hombre, cuántos males ha hecho a tus santos en Jerusalén.”(Hechos 9:13) Ananías no podía creer que Dios pudiera usar a Saulo. Pero Dios no consulta nuestro pasado para definir nuestro futuro. Tu pasado no limita a un Dios que todo lo restaura. Él no se guía por tu historial, sino por su propósito eterno para tu vida.


2. Los conflictos del presente

“Echando toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros.”(1 Pedro 5:7) Los conflictos actuales pueden nublar el juicio. El conflicto no resuelto distorsiona la percepción: exageramos, asumimos lo peor y reaccionamos desde la herida en lugar de responder con sabiduría. Por eso debemos echar nuestras cargas sobre Cristo, para no reaccionar desde la herida.


3. Los temores del futuro

“Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; tu vara y tu cayado me infundirán aliento.”(Salmos 23:4) Tememos ser rechazados otra vez, heridos otra vez. Pero si Dios va con nosotros, podemos avanzar confiados en que su amor sana, protege y restaura. Es interesante que David hable en futuro: “aunque ande”, “no temeré”.No dice "si alguna vez ando", sino da por hecho que el valle vendrá, pero también que no estará solo. Eso es fe: no negar que habrá valles, sino confiar en quién camina contigo.El temor al futuro se desvanece cuando sabes que el Buen Pastor ya está allá… esperándote con su vara y su cayado para sostenerte. No tienes que tener todas las respuestas para avanzar. Solo necesitas una certeza: Dios estará contigo.


El avivamiento comienza en casa

La última palabra del Antiguo Testamento fue una palabra sobre volver el corazón. Y el primer capítulo del Nuevo Testamento abre con una genealogía: una familia. Dios quiere reconstruir lo que el enemigo trató de dividir. No hay restauración nacional sin restauración familiar. No hay avivamiento público sin reconciliación privada. El verdadero mover del Espíritu se manifiesta cuando los padres se vuelven a sus hijos, los esposos a sus esposas, los hermanos entre sí. Leámoslo una última vez:

“Y él hará volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres…”(Malaquías 4:6)

Amén.


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