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Reconstruyendo el Propósito

  • Foto del escritor: Fernando Arias
    Fernando Arias
  • 18 ago
  • 6 Min. de lectura
He adoptado la costumbre, aunque no siempre con la misma frecuencia, de tomar las notas de mis prédicas y convertirlas en un artículo que resuma el mensaje que predico los domingos. Sé que, por la gracia de Dios, nuestros mensajes quedan grabados y hoy contamos con una audiencia virtual que crece cada día a través de plataformas como Spotify. Sin embargo, siempre he pensado que hay algo especial que el ojo de un buen lector aprecia cuando un mensaje se transforma en palabras escritas. Esa convicción me ha motivado a aprovechar este espacio para compartir, en una modalidad literaria, la palabra que Dios pone en mi corazón predicar.

En cada etapa de la vida nos encontramos con inicios y finales, con sueños que nacen y proyectos que parecen concluir. Sin embargo, lo más valioso no es cómo comenzamos ni cómo sentimos el peso del camino, sino quién nos acompaña en todo el proceso. La Biblia revela que Dios no solo es el Alfa, el principio, sino también la Omega, el fin. En Él encontramos seguridad, dirección y propósito.

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Hoy quiero compartir contigo cuatro pilares que nos ayudan a entender cómo Dios reconstruye nuestro propósito: Tiempo, Impulso, Transformación y, desde luego, la afirmación del Propósito.

1. El Tiempo bajo la mirada de Dios
Apocalipsis 1:8 dice: “Yo soy el Alfa y la Omega, principio y fin, dice el Señor, el que es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso.”

El tiempo para nosotros es lineal: pasado, presente y futuro. Pero para Dios, que lo creó, es un todo al que Él tiene acceso absoluto. Nosotros vivimos sujetos al calendario y al reloj, pero Dios trasciende ambos.

  • En el pasado: Isaías 46:9-10 nos recuerda que Él anunció el fin desde el principio. Aunque los hechos de ayer no cambien, Dios tiene poder para cambiar el significado de lo vivido. Pedro negó, pero fue restaurado. Pablo persiguió, pero fue transformado en apóstol. Igual que un artista toma una mancha en el papel y la convierte en parte de una obra, Dios toma nuestro pasado y lo convierte en testimonio de su gracia.

  • En el presente: Hebreos 1:3 declara que Cristo sostiene todas las cosas con la palabra de su poder. Así como el maná era dado cada día, Dios sigue siendo nuestro sustento hoy.

  • En el futuro: El Salmo 139:16 asegura que aun antes de que vivamos un día, ya todos estaban escritos en su libro. Nuestro futuro no está a la deriva; Jesús lo prepara con anticipación.

En Dios, el tiempo nunca es pérdida. Todo encuentra un lugar en su propósito eterno. Lo que para nosotros a veces parece desperdicio, retraso o incluso derrota, en las manos del Señor se convierte en semilla de un fruto mayor. El reloj humano mide horas, días y años; pero Dios mide procesos, formaciones de carácter y preparación para su propósito.

El tiempo de dolor puede convertirse en escuela de fe. El tiempo de espera puede ser un taller de paciencia. El tiempo de gozo nos recuerda que todo buen regalo viene de Él. Así, ningún segundo vivido es en vano cuando se entrega a Cristo, porque aun las experiencias que no entendemos son tejidas en el tapiz de un plan más grande. Eclesiastés 3:11 declara: “Todo lo hizo hermoso en su tiempo”. Esa es la certeza de los que caminan con Dios: no importa si nuestro calendario parece desfasado o si nuestros planes se rompen, al final descubrimos que su tiempo es perfecto y que cada estación tiene un propósito eterno.

2. El Impulso que nos lleva a concluir
En física, el impulso se define como la fuerza aplicada sobre un objeto durante un intervalo de tiempo, produciendo un cambio en su movimiento. Dicho de otra forma, es lo que logra que algo que estaba detenido comience a moverse, o que algo en movimiento cambie de dirección o aumente su velocidad.

En lo espiritual, ocurre algo semejante. Muchas veces nos encontramos detenidos, cansados o incluso desanimados en la fe. Pero cuando Dios sopla con su Espíritu, nos da un impulso divino: una fuerza interior que no nace de nosotros, sino de su gracia. Ese impulso nos levanta, nos despierta y nos ayuda a dar pasos de obediencia que por nuestras propias fuerzas jamás podríamos sostener.

Filipenses 1:6 nos recuerda: “El que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo. Esa perfección no ocurre en un solo instante, sino en un proceso constante, sostenido por el impulso del Señor.
Filipenses 1:6 nos da una certeza: “El que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo.”

Muchos comienzan con entusiasmo, pero se detienen. Otros continúan, pero se estancan. Pocos llegan a la meta. El secreto no es la fuerza humana, sino el impulso de Dios. Ese impulso es el avivamiento. No es solo un momento de emoción espiritual, sino una fuerza divina que nos levanta de la frialdad y nos lleva a perseverar. El apóstol Pablo pudo decir al final de su vida: “He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe” (2 Timoteo 4:7). La clave no es solo pelear ni correr, sino guardar la fe hasta el final. Ese es el verdadero fruto de un corazón impulsado por Dios. El avivamiento, entonces, no es una chispa que se apaga, sino un fuego que nos ayuda a comenzar, perseverar y concluir.

3. La Transformación del Espíritu
En la vida espiritual no buscamos simples cambios, buscamos transformación. El cambio puede ser pasajero, pero la transformación es irreversible. Romanos 12:2 nos exhorta: “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento…”

El ejemplo de la oruga que se convierte en mariposa es la mejor ilustración. No se trata de ajustar conductas, sino de recibir una nueva naturaleza en Cristo. Quien es transformado por el Espíritu Santo ya no regresa al estado anterior. Vive bajo una nueva mentalidad, con un corazón renovado y con una visión distinta de la vida. La reconstrucción de nuestro propósito requiere más que disciplina: necesita la obra profunda y permanente del Espíritu Santo.

4. Propósito: más que metas
Cuando Dios reconstruye, no solo restaura lo visible, sino que le da a todo un significado eterno. Nehemías no levantó muros solo por seguridad, sino como testimonio al mundo. Nehemías 6:16 relata que cuando las naciones vieron la obra concluida, reconocieron que había sido hecha por Dios. Eso es propósito: que lo que vivimos no sea para nuestra gloria, sino para mostrar al mundo que Dios está con nosotros.

Es importante entender que metas y propósitos no son lo mismo, aunque se complementan. Una meta siempre tiene un límite: se alcanza, se cumple y termina. Un propósito, en cambio, trasciende y se prolonga más allá de nosotros mismos. Por ejemplo: casarse puede ser una meta, pero tener un matrimonio consagrado a Cristo es un propósito. Construir una casa es una meta, pero formar un hogar donde Dios sea el centro es un propósito. La diferencia es que los propósitos en Dios no se agotan; son ilimitados y eternos. Cumplen una función más grande que nuestra propia vida, porque están diseñados para reflejar su gloria y permanecer en la eternidad.

Romanos 8:28 lo resume de forma magistral: “A los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados.” Nuestras metas pueden ser importantes, pero el propósito de Dios es lo que les da sentido eterno.

Te dejo estas lecciones finales:
  • Si Dios comenzó una obra en tu vida, no dudes que la concluirá.
  • No busques cambios superficiales; permite que el Espíritu Santo te transforme.
  • El verdadero avivamiento no termina en una reunión; empieza en el corazón y se demuestra en una vida que persevera hasta el fin.

Reconstruir el propósito no significa volver al punto de partida, sino permitir que Dios escriba el significado de nuestro pasado, nos sostenga en el presente, y nos guíe hacia el futuro. Tu historia, con todas sus cicatrices uy marcas, no está perdida. En Cristo, cada capítulo tiene un propósito. Él es el Alfa y la Omega. Y si Él es el que comienza y el que concluye, podemos estar seguros de que nuestra vida está en buenas manos.

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