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Rompiendo con lo Cómodo

  • Foto del escritor: Fernando Arias
    Fernando Arias
  • 16 jun
  • 5 Min. de lectura

Dios no llama a lo cómodo. Llama a lo eterno. Esa fue una de las verdades que resonó con fuerza en nuestro corazón este domingo. Y es que, muchas veces, confundimos estabilidad con propósito, y comodidad con bendición. Pero la historia de Abram nos recuerda que, para entrar en el plan de Dios, primero hay que salir de lo conocido.


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“Pero Jehová había dicho a Abram: Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré.” (Génesis 12:1, RVR1960)


La historia comienza con una ruptura. Dios llama a Abram a dejar su tierra, su familia, su herencia y su comodidad. No le entrega un mapa detallado ni le muestra el destino final; lo único que le da es una promesa: “la tierra que te mostraré”. El viaje de la fe empieza sin certezas visibles, pero con una palabra firme del Señor. Cada paso que se da en obediencia abre el camino a algo nuevo, eterno y transformador.


Desde el principio de las Escrituras vemos que toda expansión espiritual comienza con un rompimiento. Jesús llamó a sus discípulos en medio de su rutina laboral, y les pidió que dejaran sus redes, sus barcas y sus vidas conocidas. No los invitó a una vida cómoda, sino a una cruz. No les ofreció certezas humanas, sino un Reino eterno (Mateo 4:18–22). Moisés tuvo que romper con su identidad como príncipe de Egipto para convertirse en el libertador de Israel. Y nosotros, como ellos, somos llamados también a romper con hábitos, relaciones, costumbres o ideas que nos anclan al pasado y nos impiden avanzar.


No se puede caminar hacia el futuro de Dios si seguimos aferrados al pasado de nuestras seguridades. La esposa de Lot miró hacia atrás, hacia Sodoma, el lugar que representaba su vida anterior, y en ese mirar se quedó paralizada para siempre (Génesis 19:26). Es un símbolo de lo que ocurre cuando queremos avanzar sin soltar lo viejo: terminamos detenidos entre lo que fue y lo que nunca será.


Este proceso de rompimiento tiene varias etapas que podemos ver claramente en la vida de Abram.


ESCUCHAR

El primer paso es escuchar la voz de Dios. En Génesis 12:1–3 encontramos cómo el Señor le habla directamente a Abram. Le plantea un destino, le presenta un llamado, y le entrega una promesa: “Con tus descendientes formaré una gran nación... ¡Gracias a ti, bendeciré a todas las naciones del mundo!”. Pero para escuchar esa voz, hay que prestar atención.


Hay que desconectarse del ruido de la carne, del mundo y del enemigo. Escuchar no es solo oír: es abrir el corazón con disposición de obedecer. Es reconocer que la dirección de Dios no siempre se oye en el ruido de lo cotidiano, sino en el silencio de una vida que busca.


Este es un tiempo para despertar el oído espiritual. Lo contrario de escuchar al Señor es dejarse guiar por la carne, el miedo o la lógica humana. Por eso, el rompimiento comienza allí: en el momento en que una palabra de Dios interrumpe nuestra rutina y nos confronta con un nuevo destino.


OBEDECER

Pero no basta con oír. El siguiente paso es obedecer. Génesis 12:4–5 nos dice que “Abram obedeció a Dios y salió de Harán”. No dudó. No pidió garantías. No hizo cálculos. Simplemente salió, llevando consigo a su esposa, a su sobrino Lot, y todo lo que tenía. Tenía setenta y cinco años, pero aún así, comenzó de nuevo. Esto nos enseña algo fundamental: Dios no bendice la comodidad, bendice la obediencia.


Muchas veces la obediencia requiere dejar lo que es bueno, pero ya no es parte del propósito. Obedecer es caminar por fe, incluso cuando las emociones no acompañan. Es actuar con valentía, aunque haya preguntas sin respuesta. Es dar pasos sin ver el suelo completo, pero confiando en que Dios ha dicho: “yo te mostraré”.


ESPERAR

Luego de obedecer viene una de las etapas más difíciles: esperar. Entre el llamado de Génesis 12 y el cumplimiento en Génesis 21 pasaron veinticinco años. Abram tenía setenta y cinco cuando salió de Harán, y cien cuando finalmente vio nacer a Isaac. En Génesis 17:1–4, ya con noventa y nueve años, Dios se le aparece de nuevo para recordarle que el pacto sigue en pie. Esperar en Dios no es inactividad, es transformación. Es confiar cuando todo parece estancado. Es adorar en medio del silencio. Es permitir que el carácter madure mientras la promesa parece tardar.


Esperar es rendirse, pero no se trata de darse por vencido. Es una rendición de confianza, no de derrota. Esperar en Dios significa soltar el control y reconocer que su tiempo es perfecto, aunque no sea el nuestro. Lo contrario de esperar no es solo la impaciencia, sino actuar por impulso, por ansiedad o por miedo, buscando resolver con nuestras fuerzas lo que solo Dios puede cumplir con las suyas. Saúl perdió su lugar por no saber esperar a Samuel (1 Samuel 13:8–14). El pueblo de Israel se desesperó ante la ausencia de Moisés y construyó un becerro de oro (Éxodo 32). Abraham mismo intentó adelantar el plan divino teniendo un hijo con Agar, por sugerencia de Sara (Génesis 16). Y Santiago nos recuerda que el que duda es como la onda del mar, llevada por el viento de un lado a otro. Pero quien espera en el Señor, no espera en vano.


RECIBIR

Finalmente, llega el día en que la promesa se cumple. “Tal como Dios se lo había prometido, Sara quedó embarazada...” (Génesis 21:1–7, TLA). Isaac —cuyo nombre significa “risa”— nació como señal de que Dios no se olvida. Su tiempo no es nuestro tiempo, pero su fidelidad siempre llega. Recibir no es solo una bendición visible; es también la confirmación de que el camino de la fe vale la pena. Es el momento de agradecer, no solo por lo que se ha recibido, sino por el proceso que nos preparó para recibirlo.


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Este mensaje nos deja tres grandes lecciones:


  1. La comodidad puede ser enemiga del propósito si nos estanca. Abram estaba seguro, estable, rodeado de lo suyo. Pero Dios lo llamó a salir “sin saber a dónde iba” (Hebreos 11:8). La estabilidad no siempre es señal de bendición. A veces es solo una excusa para no obedecer. ¿Qué estás llamando estabilidad, pero en realidad es una trampa de comodidad?

  2. Dios no bendice donde estamos cómodos, sino donde estamos obedeciendo. Cuando Dios dijo “Vete”, estaba llamando a dejar lo familiar, no necesariamente lo malo. El problema no es lo que tienes, sino si eso que tienes te tiene a ti. ¿Qué tendrías que soltar hoy si Dios te dijera: “es tiempo de romper”? ¿Tu plan? ¿Tu lógica? ¿Tu necesidad de control?

  3. El rompimiento es el umbral de lo nuevo. Dios no mostró la tierra hasta que Abram comenzó a caminar. Así es con nosotros. Muchas veces, el mapa no se revela hasta que damos el primer paso. No hay nueva temporada sin dejar la vieja. Si te aferras a lo viejo, no podrás recibir lo nuevo. ¿Estás dispuesto a caminar por fe, aunque no tengas mapa, pero sí una promesa?


Esta es una temporada para preguntarnos: ¿Qué debo romper para avanzar? Porque el rompimiento no es pérdida. Es preparación. Y al otro lado de la obediencia, siempre nos espera el cumplimiento de una promesa. Dios sigue llamando a salir de tus comodidades. ¿Qué piensas hacer?


Te espero este domingo para la continuación de esta emocionante serie.

 
 
 

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