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Serie: Cómo superar el luto por la ausencia (2a parte)

  • Foto del escritor: Fernando Arias
    Fernando Arias
  • 3 may
  • 6 Min. de lectura

Bienvenido nuevamente a esta serie pastoral y bíblica titulada “Cómo superar el luto por la ausencia”, un espacio creado para acompañarte con la Palabra de Dios en medio del dolor por la pérdida de un ser amado o la ausencia significativa de alguien en tu vida. Si llegaste a este artículo por primera vez, te animo a buscar y leer la primera parte, donde hablamos de la importancia de reconocer la ausencia y validar el dolor como un reflejo del amor vivido.


Hoy continuamos con la segunda parte, enfocándonos en el proceso del duelo, un camino que Dios no desprecia, sino que Él mismo acompaña. Dios no nos pide que neguemos lo que sentimos, sino que lo atravesemos con Él.

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 ENTENDER EL PROCESO DEL DUELO

Llorar no siempre implica lágrimas

Llorar no contradice la fe; a menudo la expresa.
Llorar no contradice la fe; a menudo la expresa.

A veces, como cristianos, sentimos la presión de “estar bien” demasiado pronto. Se nos dice que “hay que ser fuertes”, o que “ya están con el Señor”, como si el dolor que sentimos fuera una falta de fe. Pero la Biblia no esconde las lágrimas. Como lo vimos en la primera parte, Jesús mismo lloró frente a la tumba de Lázaro (Juan 11:35). Llorar no contradice la fe; a menudo la expresa.


Los Salmos están llenos de clamores, de llantos, de almas afligidas. Y sin embargo, estos mismos salmistas eran hombres conforme al corazón de Dios. David, por ejemplo, lloró muchas veces, y muchas de esas lágrimas están registradas en oraciones de fe.

“De día y de noche fueron mis lágrimas mi pan, mientras me dicen todos los días: ¿Dónde está tu Dios?”(Salmo 42:3 RVR1960)

Este Salmo muestra a alguien llorando mientras se aferra a Dios. No hay contradicción entre ambas cosas. En realidad, a menudo el llanto es una forma de adorar con el corazón desnudo.


En este estudio, abordaremos cómo se vive el duelo a la luz de la Palabra, cómo acompañarnos en este proceso con esperanza, y cómo Dios mismo participa en cada etapa para llevarnos hacia la sanidad.


El duelo es un camino, no una estación final

“Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora: tiempo de llorar, y tiempo de reír; tiempo de endechar, y tiempo de bailar” (Eclesiastés 3:1, 4 RVR1960)

El duelo es un proceso temporal, pero necesario. No estamos destinados a quedarnos en la tristeza, pero tampoco debemos negarla. Dios estableció tiempos, y entre ellos está el tiempo de llorar. Tú no estás roto por llorar, estás obedeciendo el diseño de los tiempos de Dios. De manera que el problema no es sentir, sino estancarte. Dios quiere caminar contigo, paso a paso, en ese proceso.


Dios recoge nuestras lágrimas

“Tú has contado mis lamentos; pon mis lágrimas en tu redoma; ¿no están ellas en tu libro?” (Salmo 56:8 RVR1960)

Como lo aprendimos en la primera parte, tus lágrimas no son ignoradas por Dios. Cada una de ellas tiene un lugar en el corazón de Dios. Él no es indiferente a tu dolor. Este versículo nos recuerda que nuestra aflicción es registrada por Dios mismo y que Él no acelera nuestro proceso ni mucho menos lo ignora. Nos permite llorarlo, porque sabe que allí se gesta la sanidad.


Permíteme profundizar un poco más en el tema del dolor expresado a través del llanto. Hay dos perspectivas desde las cuales que deseo abordarlo.


  1. Desde la psicología: llorar es parte de la salud emocional

Los psicólogos coinciden en que expresar el dolor emocional es vital para procesarlo y sanar. Reprimir el llanto, evitar enfrentar el duelo o vivir con una máscara de fortaleza constante puede causar efectos secundarios como ansiedad, insomnio, irritabilidad o incluso enfermedades físicas. (Worden, J. William. “El tratamiento del duelo: asesoramiento psicológico y terapia”, Paidós, 2004).


El Dr. J. William Worden es uno de los expertos más reconocidos en el tema del duelo. Su modelo de las "tareas del duelo" es ampliamente usado en psicología clínica y pastoral. Worden propuso que el duelo saludable implica atravesar cuatro tareas fundamentales.


  • La primera es aceptar la realidad de la pérdida, lo cual requiere enfrentarla sin negación.

  • La segunda es trabajar las emociones del dolor, permitiendo que el llanto, la tristeza y otras reacciones afloren sin culpas ni bloqueos.

  • La tercera es adaptarse a un mundo sin la persona fallecida, lo cual implica asumir nuevos roles y rutinas.

  • Finalmente, la cuarta tarea es recolocar emocionalmente a la persona perdida y seguir viviendo, es decir, recordarla con amor pero sin quedar paralizado por su ausencia. Estas tareas no son lineales, y cada persona las vive a su ritmo


Llorar es una forma de liberar tensión interna y empezar a integrar la pérdida en nuestra historia terrenal. Dios, quien nos creó, sabe esto. Por eso no exige represión, sino que invita a que le entreguemos lo que sentimos.


Te comparto el siguiente artículo por si deseas ahondar un poco más en el tema: ¿Quién es William Worden en el duelo?


  1. Desde lo cultural: ¿Los hombres no lloran?

Durante generaciones, especialmente en nuestra cultura latinoamericana, se ha enseñado a los hombres que llorar es símbolo de debilidad. A muchos se les dijo: "¡Sea hombre!" o "Los hombres no lloran." Este mensaje no solo es injusto, sino destructivo. En la Biblia, los grandes líderes como David, Jeremías, Pablo y Jesús mismo lloraron. No eran frágiles; eran profundos. Llorar no los hizo menos hombres, los hizo más humanos.


Desmontar ese paradigma es necesario, especialmente dentro del pueblo de Dios. Porque quien no sabe llorar, difícilmente podrá sanar o consolar a otros.


¿Y si no hay lágrimas físicas?


Cuando hablamos de “llorar”, no nos referimos únicamente a las lágrimas visibles. A veces

El llanto no se fuerza ni se apresura. Si no has podido llorar con lágrimas, no te sientas mal ni creas que estás fallando.
El llanto no se fuerza ni se apresura. Si no has podido llorar con lágrimas, no te sientas mal ni creas que estás fallando.

el alma llora sin que el rostro lo exprese. Hay llanto que se manifiesta en el pecho apretado, en el silencio que duele, en la oración que no encuentra palabras. Dios también recoge ese tipo de lágrimas. Él conoce los suspiros profundos, los pensamientos nocturnos, los vacíos del alma… y los guarda como parte del proceso que Él mismo se compromete a redimir.


Es importante recordar que el llanto no se fuerza ni se apresura. No todos reaccionamos igual ante la ausencia. Hay quienes lloran en público, otros en privado. Algunos lo hacen de inmediato, y otros lo van procesando con el tiempo. Si no has podido llorar con lágrimas, no te sientas mal ni creas que estás fallando. Hay tiempo para todo, como ya vimos en Eclesiastés 3. El dolor tiene sus formas, ritmos y pausas… y también su expresión única en cada persona.


Quizás tu llanto, hoy, esté guardado. Pero eso no significa que no esté siendo escuchado. Dios ve lo que nadie más ve. Él sabe cómo se llora desde el alma, y cómo se sana desde adentro.


Si te cuesta llorar o expresar lo que sientes, aquí tienes algunos consejos que pueden ayudarte a abrir ese espacio interior, sin forzarlo:


  • Adora: muchas veces, la adoración abre puertas al corazón que las palabras no pueden.

  • Ora en silencio: aunque no pronuncies nada, el Espíritu intercede por ti. (Romanos 8:26).

  • Escribe: toma un cuaderno y deja que tu dolor se convierta en palabras, aunque sean confusas o sin sentido.

  • Pinta, crea, camina, respira: encuentra una forma segura y libre de canalizar lo que resguardas. No lo reprimas.

  • Habla con alguien de confianza, aunque solo sea para decir: “No sé cómo me siento, pero necesito estar con alguien”.


Recuerda: el llanto no es una obligación, es una oportunidad de sanidad. Dios no mide tu proceso por la cantidad de lágrimas que caen, sino por cuánto le permites entrar en ese proceso contigo.


La sanidad llegará, porque Dios promete consolar

“Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación.” (Mateo 5:4 RVR1960) | “Cercano está Jehová a los quebrantados de corazón; Y salva a los contritos de espíritu.”(Salmo 34:18 RVR1960)

El consuelo de Dios no es una frase bonita ni una emoción pasajera. Es una promesa. El duelo puede parecer en estos momentos como algo interminable, pero la Palabra asegura que el quebranto atrae la cercanía de Dios. De esto, hablaremos más adelante en esta serie.


Quizá estás en una etapa en la que ni siquiera sabes qué hacer con todo lo que estás sintiendo y te despiertas con una herida abierta cada mañana. Quiero recordarte algo: estás en proceso, y eso no es algo malo. Jesús no apura tu sanidad, pero tampoco te deja solo. El duelo es el puente entre la pérdida y la restauración. Camina sobre él con fe, y con libertad.


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Oración

Señor, hoy vengo delante de Ti con mi alma herida. Tú conoces mi dolor, mi cansancio y mis preguntas. Gracias por no desechar mi tristeza, sino abrazarla con ternura. Gracias por mostrarme que llorar no es perder la fe, sino acercarme a Ti con sinceridad. Dame la paciencia para vivir este proceso, sin culpas ni prisas, sabiendo que Tú estás conmigo en cada paso. Consuélame como sólo Tú sabes hacerlo, y abre mis ojos para ver la esperanza que aún tienes para mí. En el nombre de Jesús, amén.

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Pronto estaré compartiendo la tercera parte de esta serie. Sigue conectado y permite que la Palabra de Dios siga sanando tu corazón.

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