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Serie: Cómo superar el luto por la ausencia (Parte 3)

  • Foto del escritor: Fernando Arias
    Fernando Arias
  • hace 1 día
  • 4 Min. de lectura

Desde el inicio de esta serie, se escogió intencionalmente el título “Luto por la ausencia”. Al escucharlo, podrías pensar que es una expresión redundante, ya que todo luto implica una ausencia. Pero no es así.


Como ya lo mencionamos en las partes anteriores, no toda ausencia se debe a la muerte, y no todo luto se relaciona con un funeral. Existen pérdidas silenciosas, no reconocidas, que también duelen profundamente. Hay padres que lloran a un hijo que está vivo pero distante; esposos que conviven bajo el mismo techo pero sienten una ausencia emocional; amigos que se distanciaron sin despedida. Este tipo de luto también existe… y muchas veces, es más difícil de procesar porque no se puede nombrar ni despedir con claridad.


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EL DUELO POR LA AUSENCIA NO SIEMPRE ES POR LA MUERTE



Ausencias sin entierro, dolores sin nombre

El duelo por una ausencia que no es muerte se esconde en la vida cotidiana. A veces es más doloroso, porque no tiene rituales ni espacios públicos para ser reconocido. No hay velorio, ni flores, ni abrazos. Es un luto sin ceremonia, sin condolencias, sin pausa.

Pablo, en su carta a Timoteo, habla de un dolor que va más allá de lo físico. Dice:

“Procura venir pronto a verme, porque Demas me ha desamparado, amando este mundo, y se ha ido a Tesalónica…” (2 Timoteo 4:9-10a)

Demas fue un colaborador del apóstol Pablo durante parte de su ministerio, mencionado en varias epístolas del Nuevo Testamento. Aparece tres veces en sus cartas, y su historia aunque es breve muestra un giro doloroso que Pablo experimentó en sus relaciones ministeriales. Demas no murió, pero su partida hirió a Pablo. Fue una ausencia real, profunda. Hay personas que nos duelen porque decidieron alejarse. Y aunque están vivas, su ausencia pesa como si se hubieran ido para siempre.


Duelo por lo que pudo ser y no fue

Muchas veces el luto no es por lo que ocurrió, sino por lo que nunca llegó a suceder. El matrimonio que no fue restaurado. El hijo que nunca volvió. La relación que no sanó. La conversación que se quedó pendiente. No hay cuerpo, no hay fecha, no hay un evento preciso… pero hay un vacío. Dolor por lo que no terminó de nacer, por lo que se soñó y no se cumplió.


Este tipo de duelo es especialmente difícil, porque no se puede cerrar con claridad. No hay un punto final, solo puntos suspensivos. Uno se queda preguntando: ¿Y si…?; ¿Pudo haber sido diferente?; ¿Por qué no funcionó si lo intentamos?


La ausencia en este caso es una sombra persistente de lo que no fue. Y en muchos casos, el dolor se agrava porque no hay una causa concreta o definitiva, sino una acumulación de circunstancias que, poco a poco, hicieron imposible lo que se deseaba profundamente.


En la Biblia, David vivió un duelo así con su hijo Absalón. Aunque Absalón no murió de inmediato, su rebelión y ruptura con David dejaron un vacío en el corazón del padre. Incluso después de su muerte, David no llora solo su muerte, sino todo lo que no pudieron vivir como padre e hijo:

“Entonces el rey se turbó, y subió a la sala de la puerta, y lloró; y yendo, decía así: ¡Hijo mío Absalón, hijo mío, hijo mío Absalón! ¡Quién me diera que muriera yo en lugar de ti, Absalón, hijo mío, hijo mío!”(2 Samuel 18:33, RVR1960)

Este clamor revela un dolor profundo no solo por la pérdida física, sino por el fracaso relacional, por todo lo no vivido, lo no reconciliado.


El consuelo de Dios en las ausencias inexplicables

Enfrentar una ausencia sin una causa clara —cuando no hubo una traición, ni una pelea definitiva, solo una distancia creciente e inexplicable— puede ser emocionalmente desgastante. Uno se pregunta: ¿qué hice mal?, ¿qué pasó?, ¿por qué se alejó si todo parecía bien?


En esos momentos, necesitamos recordar que hay un Dios que no se aleja, que no se confunde, que no se va sin razón. El salmista lo expresa así:

“Aunque mi padre y mi madre me dejaran, con todo, Jehová me recogerá.”(Salmo 27:10, RVR1960)

Cuando otros nos abandonan, Dios nos recoge. Cuando nos faltan explicaciones, su presencia se vuelve el único refugio. Su consuelo es real, y su compañía no depende de nuestras emociones, sino de su fidelidad.


¿Qué hacer cuando la ausencia permanece?

Hay personas que no volverán. No necesariamente porque hayan muerto, sino porque decidieron tomar otro camino. En esos casos, el proceso del duelo no se trata de recuperar a la persona, sino de recuperar el corazón. Aceptar. Sanar. Entregar a Dios el lugar vacío.

Perdonar —aunque no haya pedido de perdón— es un paso crucial. Jesús, en la cruz, nos dio un ejemplo de perdón unilateral:

“Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen…”(Lucas 23:34a, RVR1960)

No todos los que se van entienden el daño que causaron. Pero nosotros sí podemos decidir no vivir atados a su ausencia. No se trata de olvidar, sino de sanar.


El duelo por la ausencia es real, aunque nadie lo reconozca. Y si tú estás viviendo ese tipo de dolor, quiero decirte algo con certeza: Dios sí lo reconoce. Él sabe lo que perdiste, lo que anhelabas, lo que duele. Y no solo lo sabe… está dispuesto a caminar contigo hacia la sanidad.


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Oración

Señor, tú conoces los vacíos que llevo por dentro. Hay personas que se alejaron sin explicaciones, relaciones que se apagaron sin despedidas, y sueños que murieron en silencio. Te entrego cada una de esas ausencias. Te pido que limpies mi corazón del dolor, la confusión y el rencor. Hazme libre de lo que no fue, y lléname con lo que Tú eres: fiel, presente, constante. Amén.

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