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Serie: Cómo superar el luto por la ausencia (4a parte)

  • Foto del escritor: Fernando Arias
    Fernando Arias
  • hace 1 día
  • 4 Min. de lectura

En esta última parte de la serie, queremos dar un paso más allá. Después de identificar y validar el dolor que dejan las ausencias no asociadas a la muerte, es momento de hablar de lo que viene después: la vida que continúa. Porque aunque hay vacíos que no se llenan y heridas que no se cierran como quisiéramos, también es cierto que Dios nos llama a seguir, a levantarnos, a vivir con esperanza.


La ausencia deja una marca, sí. Pero con el tiempo, esa marca puede dejar de ser una herida abierta para convertirse en una cicatriz que ya no sangra. No olvidamos lo que ocurrió, no negamos el dolor, pero tampoco permitimos que nos defina para siempre.


Hay un momento en que, con la ayuda de Dios, aprendemos a vivir con lo que no fue, a agradecer lo que sí tuvimos y a abrazar lo nuevo que Él pone delante. Ese es el enfoque de esta etapa: caminar hacia la restauración. No con respuestas perfectas, pero sí con paz interior. No con todas las piezas encajadas, pero sí con una fe firme en el Dios que sigue escribiendo nuestra historia.


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CUANDO LA AUSENCIA DEJA UNA MARCA, PERO NO UNA HERIDA ABIERTA



La vida después del duelo

No toda herida debe permanecer abierta para siempre. Aunque algunas ausencias nos marcaron profundamente, no estamos llamados a vivir eternamente heridos. La sanidad no borra la memoria ni minimiza el dolor vivido, pero sí nos permite seguir caminando, más livianos, más sabios, más llenos de Dios.


Hoy hablamos de esa etapa: cuando la herida se vuelve cicatriz. Cuando dejamos de sangrar, y aunque todavía duele al tocarla, ya no nos paraliza.


La marca que queda: aceptar sin amargura

Hay recuerdos que no se pueden borrar. Personas que no volvieron. Palabras que no se dijeron. Pero aceptar no es resignarse con tristeza, sino dejar de pelear con lo que no se puede cambiar.

“No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto; sino que prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús.”(Filipenses 3:12, RVR1960)

Aceptar no significa que estuvo bien, ni que fue justo. Significa que dejamos de esperar otra versión del pasado. Significa que soltamos, para poder avanzar.


Volver a vivir: pasos hacia la libertad interior

Aquí hay cuatro pasos concretos para comenzar a vivir plenamente después de una ausencia:


a. Nombrar sin culpar

Puedo decir: “Me dolió su distancia”, sin necesidad de destruir su imagen. Dios nos llama a la verdad, pero también a la gracia.


b. Poner límites al recuerdo

Recordar no es estrictamente revivir. Aprendamos a recordar sin volver al sufrimiento. Los recuerdos no pueden gobernar nuestro presente.


c. Ocupar el espacio vacío

Hay lugares emocionales que quedaron vacíos. Invita al Espíritu Santo a habitar allí. Llena tu mente con la Palabra, tu tiempo con propósito y tu corazón con nuevos y sanos vínculos. “En la multitud de mis pensamientos dentro de mí, tus consolaciones alegraban mi alma.”(Salmo 94:19, RVR1960)


d. Ayudar a otros desde tu cicatriz

Dios no desperdicia el dolor. Tu experiencia puede ser bálsamo para otros. Cuando compartes desde tu sanidad, la ausencia deja de ser solo pérdida… y se convierte en testimonio y quizás tu próximo ministerio.


Dios no borra el pasado, pero sí transforma tu futuro

La historia de José es un ejemplo poderoso. Sus hermanos lo vendieron, su familia lo olvidó, su juventud fue marcada por ausencias injustas. Pero él declara:

“Vosotros pensasteis mal contra mí, mas Dios lo encaminó a bien…”(Génesis 50:20, RVR1960)

Dios no siempre evita la pérdida, pero sí puede redimirla. No para que digas: “Valió la pena

que me dejaran o que esa persona que amé partiera”, sino para que digas: “A pesar de lo que viví, Dios hizo algo nuevo en mí”.


La ausencia puede dejar una marca… pero no una herida abierta

Caminar con una cicatriz es señal de que sobreviviste. De que el dolor no te destruyó. De que Dios ha estado sanando en lo profundo. Y de que puedes mirar al futuro sin arrastrar el alma rota.


Ya no se trata de que vuelvan los que se fueron. Se trata de que tú puedas volver a vivir con todo tu corazón.

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Oración

Señor, gracias porque no ignoras mis marcas. Las ves, las tocas, las sanas. Te doy gracias por haberme sostenido en el valle del dolor. Hoy te entrego lo que queda de mi duelo, para abrazar lo que viene de tu mano. Lléname con vida nueva, sana mi interior y dame gracia para avanzar sin resentimiento. Haz que lo que fue una herida pueda llegar a ser mi testimonio. En el nombre de Jesús, amén.


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Si llegaste hasta aquí, permíteme felicitarte. No es fácil enfrentar el dolor, mucho menos el que no siempre se puede nombrar. Pero lo hiciste (o estás por llegar ahí). Le pusiste palabras al vacío, le diste tiempo a la sanidad, y eso ya es un paso enorme.


Te animo a volver a leer cada una de las cuatro partes de este estudio con calma, tal vez en otro momento, desde otra perspectiva. A veces lo que hoy apenas entendemos, mañana lo abrazamos con más profundidad. No hay prisa. El duelo sano no se mide por velocidad, sino por verdad.


También quiero invitarte a buscar ayuda si la necesitas. Hablar con alguien maduro en la fe, con un consejero, con un amigo que escuche sin juzgar, puede ser parte de la medicina de Dios para tu alma.


Y si ya has empezado a sanar, comparte eso con otros. No desde la perfección, sino desde la compasión. Hay muchos que caminan con silencios parecidos a los tuyos, y tu testimonio puede ser una luz en su camino.


Gracias por haber recorrido este trayecto espiritual conmigo. Recuerda esto: el Dios que conoce tu ausencia también conoce tu propósito, y sigue obrando en ti.


Nos seguimos leyendo… con fe, con esperanza, y con el corazón dispuesto a sanar.

Con amor,

Pr. Fernando Arias

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