Cuando por hacer lo correcto terminas en lugares no deseados
- Fernando Arias
- 24 jun
- 4 Min. de lectura

La vida cristiana está llena de momentos en los que hacer lo correcto no produce inmediatamente los resultados esperados. Uno podría pensar que, al obedecer a Dios, todo se ordenará y que la recompensa será inmediata. Pero, ¿qué sucede cuando la obediencia te lleva precisamente a lugares oscuros, solitarios y dolorosos? ¿Qué pasa cuando ser fiel al llamado de Dios no abre puertas, sino que pareciera cerrarlas?
La Palabra no esconde esta situación. De hecho, la abraza con fuerza. Pensemos en Pablo, el apóstol del evangelio, defensor apasionado de la fe, incansable misionero y escritor de cartas que transformaron la historia de la iglesia… terminó en una cárcel. No por algún crimen, sino por predicar la verdad. Su encarcelamiento no fue el resultado de una estrategia mal planificada, ni de un error, sino de su fidelidad. Lo curioso es que en lugar de lamentarse, Pablo escribe: "Mis prisiones se han hecho patentes en Cristo en todo el pretorio, y a todos los demás" (Filipenses 1:13, RVR1960). Su confinamiento, lejos de ser un obstáculo, se convirtió en su plataforma. Desde ese lugar limitado, la gracia, como la conocemos, se expandió.
José, el hijo de Jacob, también atravesó esa senda. Su único "delito" fue tener un corazón íntegro y una visión de parte de Dios. Lo traicionaron sus hermanos, fue vendido como esclavo, calumniado por hacer lo correcto y echado en la cárcel. A simple vista, uno podría pensar que el plan de Dios para su vida había fracasado. Pero cada paso, por más doloroso, lo estaba acercando a su destino. La cárcel fue la antesala del palacio. No fue la interpretación de sueños lo que lo promovió, sino el carácter que fue forjado en la adversidad. José aprendió que la fidelidad no siempre te evita el sufrimiento, pero te mantiene en el centro del propósito.
Y el caso supremo es el de Jesús. Haciendo siempre el bien, sanando a los oprimidos por el diablo, predicando con verdad, siendo sin pecado... terminó crucificado. Desde una lógica humana, la cruz es injusta y el peor final. Pero desde el cielo, fue la consumación del plan eterno. "Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo..." (Filipenses 2:9). La cruz no fue un accidente ni un castigo, fue el camino de la gloria.
Entonces, ¿qué hacemos nosotros cuando, por hacer lo correcto, terminamos en lugares indeseados? La respuesta no es sencilla, pero sí profunda: perseveramos. Entendemos que esos lugares no son prueba de que Dios nos ha abandonado, sino muchas veces evidencia de que vamos por el camino correcto. Nos anclamos a la verdad de que nuestra fidelidad a Él no siempre traerá reconocimientos, pero sí complacerá al Padre. Como escribió Dietrich Bonhoeffer, quien fue ejecutado por su fe en medio del nazismo: “El discipulado es costoso, porque nos llama a seguir a Jesús, y es gracia, porque Jesús nos llama a seguirlo a Él.”
Hay lugares en los que nunca quisimos estar. Momentos que parecen contradecir la promesa. Sin embargo, la historia bíblica -y nuestra propia historia- nos enseña que esos lugares no definen el final. La cárcel no detuvo a Pablo, la traición no canceló el sueño de José, y la cruz no venció a Cristo. Si hoy estás en un sitio difícil por obedecer a Dios, recuerda: puede que no sea tu destino final, sino el taller donde Dios está forjando algo eterno.
Esta verdad también la compartimos el domingo en nuestra congregación: el proceso siempre precede a la promoción. David fue ungido como rey siendo apenas un adolescente (1 Samuel 16), pero no fue coronado hasta pasadas más de dos décadas (2 Samuel 5). Durante ese largo intervalo, fue perseguido, olvidado, humillado y probado. Aunque la unción lo señaló como rey, el proceso lo formó como tal. Como dice 2 Corintios 4:18, lo visible es temporal, pero lo eterno —ese carácter que se forma en la intimidad y el dolor— es lo que permanece. Es fácil mirar la coronación de David, pero olvidamos el camino oscuro que la precedió.
También dijimos que el rompimiento exige fidelidad en el anonimato. David ni siquiera fue invitado al banquete donde Samuel iba a ungir al próximo rey. ¡Un evento preparado en su propia casa! Estaba con las ovejas, lejos de la mirada humana, pero en el centro de la voluntad de Dios. Fue allí, en lo oculto al ojo humano, donde mató osos y leones; donde adoró, escribió salmos y forjó su confianza en Dios. Como ocurre en el cuarto oscuro de la fotografía, la imagen se revela en la ausencia de luz. Así también, en nuestras vidas, Dios nos prepara en lo secreto para usarnos en lo visible. Por eso, como leímos en Mateo 6:6, lo que hagamos en lo oculto con Dios será recompensado en público. La fidelidad hoy, en lo pequeño, es el puente hacia el cumplimiento de las promesas mañana.
Sí, muchas veces la fidelidad cuesta. Pero nada que se construye sin costo vale la pena en el Reino de Dios. Es en el horno donde se purifica el oro. Es en la noche donde brilla más la luz. Y es en esos lugares no deseados donde muchas veces Dios se revela de formas que no hubiéramos conocido en la comodidad.
No desmayes. No estás donde estás por error. Estás en el proceso. Y en ese proceso, Dios está presente.
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