El aroma de la adoración
- Fernando Arias
- hace 3 días
- 4 Min. de lectura
Uno de los momentos más impactantes de los evangelios sucede en una casa de Betania. Allí, una mujer se acerca a Jesús con un frasco de alabastro lleno de perfume costoso, y lo derrama sobre su cabeza. Su gesto es tan profundo y tan provocador, que hasta hoy sigue hablándonos.

Esta escena, narrada en Marcos 14:3-9 RVR1960 (también en Mateo), no solo nos muestra un acto de adoración, sino una lección de entrega que traspasa el tiempo. No conocemos el nombre de esta mujer, pero conocemos su corazón. A través de su gesto, nos invita a repensar qué significa realmente rendirnos a Dios.
En tiempos en los que muchos gestos están condicionados por la visibilidad o la aprobación, esta mujer no buscó reconocimiento. Su ofrenda fue íntima, costosa y dirigida exclusivamente a Jesús. El perfume que derramó no era cualquier fragancia. Era nardo puro, guardado en un frasco de alabastro: un tesoro reservado para ocasiones únicas. Romperlo y vaciarlo sobre la cabeza del Señor no solo representaba una entrega material, sino un símbolo claro de rendición total. No hubo cálculo. No hubo reserva. Solo adoración.
Cuando la adoración incomoda
Los discípulos, al ver aquella escena, se indignaron. Dijeron que aquello era un desperdicio. “Esto pudo haberse vendido por mucho dinero y haberse dado a los pobres”, dijeron. Pero Jesús los interrumpió. No porque despreciara la compasión por los pobres, sino porque valoró lo que otros no entendieron: una adoración que brota del amor, no del interés; del corazón, no del deber.
Jesús defendió a la mujer y dijo: “Ha hecho conmigo una buena obra... De cierto os digo que dondequiera que se predique este evangelio, en todo el mundo, también se contará lo que esta ha hecho, para memoria de ella” (Mateo 26:10,13). Qué hermoso pensar que Jesús no solo recibió su perfume, sino que también honró su gesto. Lo eterno se activó en medio de lo íntimo.
Lo que realmente es un desperdicio no es cuando lo damos todo a Dios, sino cuando Dios nos ha dado tanto… y no lo usamos para su gloria. A veces pensamos que rendir nuestros recursos, tiempo o talentos es perderlos, pero el verdadero desperdicio es recibir dones del cielo y dejarlos sin propósito. Es un desperdicio que Dios te haya dado el don de la comunicación y nunca hables de Él. Que te haya dado oído para la música y no lo adores a través de ella. Que te haya dado sensibilidad para escuchar y no uses ese don para consolar, acompañar o aconsejar a otros con la Palabra. Cada habilidad y cada recurso que hemos recibido tiene sentido eterno cuando se entrega a su Reino. Lo que se entrega a Dios nunca se pierde. Lo que se retiene, corre el riesgo de apagarse.
El perfume que aún habla
Cada uno de nosotros, en distintas etapas de la vida, tiene la oportunidad de derramar su “perfume”. A veces será tiempo. Otras veces, será perdonar, servir, ceder, escuchar. Cada acto, cuando nace del amor a Dios, deja una fragancia. Y así como el perfume llenó aquella casa, nuestras acciones también pueden llenar nuestro entorno. Un hogar que ama, una iglesia que sirve, una comunidad que ora, son espacios donde se respira la presencia de Dios. Ese es el “aroma de adoración” del que hablamos. No es una emoción momentánea. Es un estilo de vida que deja marca. No es solo lo que hacemos en un culto, sino cómo vivimos fuera de él.

¿Qué aroma estamos dejando?
Jesús no pidió el perfume. Pero cuando lo recibió, lo valoró profundamente. De la misma manera, Dios no nos obliga a adorarlo, pero cuando lo hacemos con sinceridad, Él lo recibe como algo precioso. Por eso, la pregunta que quiero dejarte hoy es sencilla pero profunda: ¿qué aroma estás derramando en tu vida?
La Palabra nos recuerda que, por medio de Cristo, también nosotros somos hechos un aroma. El apóstol Pablo escribió: “Mas a Dios gracias, el cual nos lleva siempre en triunfo en Cristo Jesús, y por medio de nosotros manifiesta en todo lugar el olor de su conocimiento. Porque para Dios somos grato olor de Cristo” (2 Corintios 2:14–15). Es decir, nuestra vida se convierte en un testimonio vivo que esparce el conocimiento de Dios, como un perfume que no puede ocultarse. No se trata solo de lo que hacemos, sino de lo que somos en Él. La adoración verdadera no es un acto aislado, sino una fragancia constante que se derrama dondequiera que vayamos.
Quizás llevas mucho tiempo reteniendo cosas que Dios te ha pedido que sueltes. Tal vez has estado adorando con palabras, pero sin derramar el corazón. Hoy es una buena oportunidad para volver al altar, no con discursos, sino con entrega.
La historia de aquella mujer en Betania sigue hablándonos. No se revela su nombre, pero sí conocemos su legado: una adoración auténtica, sin reservas, que tocó el corazón de Jesús.
Este mensaje forma parte de nuestra serie de enseñanzas que puedes encontrar en Spotify, iVoox y Apple Podcast (nos encuentras como "Pastor Fernando Arias") . Este domingo continuaremos con la cuarta parte, profundizando en cómo la adoración transforma no solo a quien la ofrece, sino a todo su entorno.
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