El Llamado a Reconstruir
- Fernando Arias
- 20 jul
- 5 Min. de lectura
Hoy dimos inicio a una nueva serie titulada Reconstrucción. En ella, exploraremos cómo Dios nos llama a levantar lo que ha sido derribado en nuestras vidas, familias y fe. Esta primera enseñanza nos invitó a responder con lágrimas, oración y acción al llamado de edificar desde el quebranto, siguiendo el ejemplo de Nehemías.
Reconstrucción no es solo una palabra, es una urgencia espiritual. Es un llamado de Dios a mirar nuestras ruinas sin miedo, a llorar lo que ha sido destruido, pero también a levantarnos con valentía para edificar de nuevo.

La lectura inicial de esta mañana fue el hincapié del mensaje: “Cuando Dios los ponga tristes, no lo lamenten, pues esa tristeza hará que ustedes cambien, y que pidan perdón y se salven. Pero la tristeza provocada por las dificultades de este mundo, los puede matar.” 2 Corintios 7:10, TLA
Entiende bien esto: Dios no ignora las ruinas de nuestra vida. Tampoco es indiferente al dolor que nos ha marcado. Pero antes de hacer algo por fuera, Él comienza Su obra por dentro. En esta nueva serie de enseñanzas que hemos iniciado, estamos aprendiendo que toda reconstrucción verdadera nace de un llamado que no siempre se siente glorioso al inicio.
Lágrimas que inician una obra
Cuando Nehemías recibió noticias del estado de Jerusalén, su corazón no se llenó de planes ni de discursos. Se quebró. Lloró. Ayunó. Y oró. Antes de organizar al pueblo, antes de enfrentar a los enemigos, antes de pedir recursos al rey, hubo un proceso interno en él. No fue una tristeza superficial, fue una tristeza profunda y santa. De esas que pensamos que deprimen, pero que realmente despiertan. Como dice Pablo en 2 Corintios, no toda tristeza viene del cielo: hay una que viene del mundo y nos lleva a la culpa, a la desesperación y a la muerte. Pero hay otra, según Dios, que nos empuja a cambiar y nos prepara para responder al llamado de edificar. Nehemías no vio una ruina, vio una misión. Ese es el comienzo de toda reconstrucción espiritual: una herida que nos lleva a orar, un quebranto que nos vuelve sensibles a la voz de Dios.
De la tristeza al llamado
Jesús también lloró. Lloró por Jerusalén, lloró por Lázaro, y en Getsemaní clamó con lágrimas mientras enfrentaba su hora más oscura. ¿Qué nos enseña esto? Que las lágrimas no son un signo de debilidad, sino una señal de sensibilidad espiritual. Muchas veces, Dios usa una carga emocional profunda para encender un llamado ministerial.

Cuando Dios quiere comenzar algo nuevo, a menudo lo hace por medio del quebranto. No del escándalo. No de la euforia. Del quebranto. Nehemías no actuó impulsivamente. Primero inspeccionó en silencio. Evaluó. Oró. Luego habló con verdad, convocó con fe, organizó con sabiduría, oró sin cesar, resistió al enemigo, animó al pueblo, y terminó la obra en 52 días. Cada paso fue guiado por Dios, pero también sostenido por una fe activa que no se dejó intimidar.
Siete pasos en el llamado a reconstruir
Si estuviste esta mañana en Resplandece, o escuchaste el mensaje a través de alguna plataforma, recordarás que animé a todos a anotar los pasos, porque sin duda pueden ser una guía clave en la reconstrucción de aquello que Dios nos ha llamado a levantar.
El relato de Nehemías nos deja un modelo práctico y profundamente espiritual para enfrentar nuestras propias ruinas. Estos siete pasos no son fórmulas vacías, sino principios vivos para quien ha oído el llamado de Dios:
Reconocer los daños y evaluar en secreto. Nehemías no actuó impulsivamente. Recorrió los escombros de noche, en silencio, para entender la dimensión del daño (Nehemías 2:11–12). Toda reconstrucción verdadera empieza por reconocer la realidad sin maquillarla. La fe no niega los hechos, los enfrenta con la esperanza de que Dios intervendrá.
Enfrentar la realidad y convocar con fe. Nehemías habló con claridad al pueblo. No escondió la vergüenza ni los escombros, pero les recordó que Dios estaba de su lado (Nehemías 2:17–18). Un líder no infunde temor, infunde esperanza, aun en medio de la desolación.
Organizar con sabiduría. La obra no fue improvisada. Cada familia tuvo su parte, y todos hicieron algo. Nadie lo hizo todo, pero todos pusieron manos a la obra (Nehemías 3). Esta es una lección valiosa: la reconstrucción es colectiva. Cuando cada uno aporta desde su lugar, el todo se edifica con fuerza.
Orar y proteger al pueblo. La oración fue constante, pero no pasiva. También pusieron vigilancia. Nehemías entendió que la obra de Dios requiere una mezcla santa de dependencia y responsabilidad (Nehemías 4:9). No basta orar. Hay que velar.
Trabajar y pelear al mismo tiempo. Mientras edificaban con una mano, sostenían la espada con la otra (Nehemías 4:17). No hay restauración sin oposición. El enemigo se resistirá cuando intentes sanar tu matrimonio, restaurar tu fe o limpiar tu corazón. Pero Dios te capacita para pelear mientras edificas. Mientras edificaban con una mano y sostenían la espada con la otra, Nehemías y su pueblo nos enseñan que reconstruir implica no solo avanzar, sino también proteger. La espada representa la Palabra que Dios nos ha dado: no la defendemos porque Él la necesite, sino porque la atesoramos, la guardamos y no permitimos que el enemigo robe lo que Dios ha dicho sobre nosotros. Esta es una labor que, como líderes, debemos aprender a ejercer, especialmente como padres, esposos o líderes espirituale, edificando con amor, pero también vigilando con convicción.
No ceder al miedo ni al cansancio. Las amenazas eran reales. El desánimo, también. Pero Nehemías no dejó que el miedo lo paralizara. En lugar de huir, oró por nuevas fuerzas (Nehemías 6:9). Hoy Dios sigue fortaleciendo a quienes no bajan los brazos ante el agotamiento.
Ver la mano de Dios coronando la obra. En apenas 52 días, el muro fue levantado. Pero el mayor testimonio no fue la muralla, sino el reconocimiento de los enemigos: “esto lo ha hecho Dios” (Nehemías 6:15–16). No hay honra más grande que ver cómo el cielo respalda una obra nacida en la oración.
¿Por qué reconstruir?
Porque hay muros que han caído. Porque hay puertas quemadas. Porque hay vergüenzas no resueltas que siguen abiertas como heridas. Porque no se puede avanzar espiritualmente si no se atiende lo que se ha derrumbado. Porque el silencio ya no basta, y la inercia no sana.
Nehemías nos recuerda que es posible vivir en medio de una crisis y, sin embargo, ser usados por Dios para levantar algo nuevo. El llamado a reconstruir no depende de nuestra posición (él era copero del rey), sino de nuestra disposición. Dios no busca títulos, busca corazones rotos por lo que a Él le duele.
¿Y si yo también soy llamado?
Tal vez has sentido tristeza por la condición de tu familia, de tu comunidad o de tu propia vida espiritual. No ignores esa tristeza. Examínala. Pregunta si viene de Dios. Si es así, no estás deprimido. Estás siendo convocado.
No reconstruimos porque somos fuertes, sino porque sabemos que Dios va delante de nosotros. La reconstrucción no es la meta de unos pocos líderes, sino el llamado de toda una generación que ha visto las ruinas… y ha decidido no quedarse mirando.
Tres verdades que deben guiar tu reconstrucción como lecciones finales:
La reconstrucción comienza en el corazón. No puedes levantar por fuera lo que no has sanado por dentro. No hay muro más importante que el que Dios quiere levantar en tu interior.
Reconstruir exige oración, enfoque y resistencia espiritual. Hay enemigos. Hay burlas. Hay cansancio. Pero como Nehemías, es posible edificar con una mano y pelear con la otra. Dios te fortalece en el proceso.
Si Dios te llamó, Él también te respaldará. El favor del Rey de reyes abre puertas. Él envía recursos, personas, y te da éxito donde parecía que no había oportunidad.
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