En el corazón del Padre
- Fernando Arias
- 17 jun
- 2 Min. de lectura
Hoy, en este Día del Padre, deseo tomar un momento para honrar, agradecer y reflexionar junto a ustedes sobre el regalo que es la paternidad. Sé que esta fecha despierta muchas emociones: para algunos, alegría y gratitud; para otros, ausencia o heridas. Pero en todo ello, hay una verdad que brilla sobre todas las demás: tenemos un Padre celestial perfecto, cuyo amor nos sostiene y guía.

Permítanme comenzar con algo personal.
Mi nombre es Fernando Arias, y también soy hijo. Llevo con orgullo el nombre de mi papá, un hombre que marcó mi vida de muchas maneras. Él ha jugado un papel fundamental en mi crecimiento espiritual, no solo con palabras, sino con la fe con la que siempre confió en los planes de Dios para mí. En los momentos de incertidumbre, su confianza en el propósito de Dios me ha sostenido. De él heredé la música (fue baterista en su juventud) y me inspiró a estudiar la percusión. Compartimos una afición por los autos, especialmente los clásicos, y disfrutamos de largas charlas que alimentan el corazón.
Hoy, como padre, llevo conmigo muchas de esas huellas. Pero sobre todo, trato de reflejar algo mayor: el carácter de nuestro Padre celestial.
La Biblia nos muestra a Dios no solo como Rey, Creador o Juez, sino como Padre. Jesús mismo nos enseñó a orar diciendo: “Padre nuestro…” (Mateo 6:9). En la parábola del hijo pródigo (Lucas 15:11–32), vemos a un padre que corre a abrazar a su hijo perdido, que restaura, perdona y celebra el regreso. Ese es el corazón del Padre: compasivo, paciente y fiel.
Ser padre es un privilegio, pero también una responsabilidad. Efesios 6:4 nos exhorta: “Y vosotros, padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en disciplina y amonestación del Señor”. Esto no se trata solo de autoridad, sino de formar con amor, guiar con ejemplo y sembrar la Palabra en el corazón de nuestros hijos.
A quienes hoy celebran, los bendigo y los animo: sigan siendo reflejo de Dios en su hogar, aun en su debilidad, sabiendo que la gracia del Padre celestial les sostiene.
A quienes extrañan a su padre, o crecieron sin uno, les recuerdo que el Señor se presenta como “Padre de huérfanos y defensor de viudas” (Salmo 68:5). Él llena cada vacío con su presencia amorosa.
Y a quienes anhelan ser padres, o caminan en medio de luchas familiares, no están solos. Nuestro Dios, que es Padre fiel, camina con ustedes, redime historias y renueva esperanzas.
Gracias, papá, por tu legado. Gracias, Padre celestial, por enseñarnos lo que significa verdaderamente amar.
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