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La Fuerza de la Constancia Espiritual

  • Foto del escritor: Fernando Arias
    Fernando Arias
  • hace 7 días
  • 5 Min. de lectura
Siempre me ha impactado ese principio tan sencillo de la naturaleza: el agua no rompe la roca por su fuerza, sino por su constancia. Lo vi por primera vez hace varios años, en una ilustración donde conocí cómo, debajo de una piedra grande, el agua se había abría camino con el paso de los años. No hubo trueno ni estruendo, solo gotas constantes que hicieron lo que parecía imposible.

Al mirar mi vida y ministerio, me doy cuenta de que esa es también la obra de Dios en nosotros. No somos transformados por un momento aislado, sino por el fluir constante de su gracia. Del mismo modo, los sueños de Dios se cumplen no por arranques de fuerza humana, sino por la constancia de permanecer y confiar en Él.

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La constancia
Cuando iniciamos el ministerio, aprendí lo que significa depender de la constancia de Dios. Había días en los que las fuerzas humanas no alcanzaban, pero su fidelidad nunca faltó. La Biblia dice: “Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación” (Santiago 1:17). Eso me recuerda que el carácter de Dios es fiel, inmutable, constante. Yo no siempre he sido consistente, pero Él sí lo ha sido conmigo. Esa fidelidad me inspira a caminar, aunque sea un paso a la vez, sabiendo que la vida cristiana no se trata de rachas, sino de permanecer. Como dijo Jesús: “Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho” (Juan 15:7).

El agua que rompe la roca: la oración constante
Recuerdo los primeros años de Resplandece, cuando orábamos con pocas personas en una pequeña sala. No había música, luces ni multitudes; había silencio, lágrimas y una oración repetida muchas veces: “Señor, confirma tu obra en nosotros”. Esa oración era como el agua cayendo sobre la roca. No parecía poderosa en el momento, pero con el tiempo vimos que abrió camino. Jesús lo explicó en la parábola de la viuda y el juez injusto, mostrando que era necesario orar siempre y no desmayar (Lucas 18:1). Esa parábola se volvió un recordatorio en mi corazón: la oración y la fe constante abre lo que parece imposible o cerrado. A veces creemos que necesitamos un grito fuerte para que Dios responda, pero aprendí que lo que realmente abre los cielos es la gota constante de la oración perseverante.

La Palabra como agua que transforma
Cuando leo la Palabra cada día, siento que a veces no la entiendo toda, no la asimilo en un instante, pero con los años he visto cómo cada lectura deja una huella. Es como el agua que va puliendo la roca. Pablo lo describe así: “Para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra” (Efesios 5:26). Yo lo he vivido en carne propia: pasajes que leí hace años sin comprender del todo, hoy son la base de mi fe y mi enseñanza. Esa transformación no vino de un solo día de lectura, sino de la constancia de abrir la Biblia una y otra vez.

Constancia en medio de las pruebas
He pasado por temporadas en las que las pruebas parecían ser la roca más dura. En el ministerio, en la familia, en la vida laboral y personal. Muchas veces pensé que no tenía la fuerza para soportar, pero allí entendí: no necesito fuerza extraordinaria, necesito constancia y Su gracia. Santiago dice: “Bienaventurado el varón que soporta la tentación; porque cuando haya resistido la prueba, recibirá la corona de vida” (Santiago 1:12). Esa palabra “soportar” me recuerda al agua que cae una y otra vez. Quizás no quita la roca en un instante, pero poco a poco abre camino. A lo largo de mi vida he visto, con tristeza, a muchos ministros y ministerios cerrar sus puertas. He presenciado las secuelas que dejan esas decisiones y el dolor que provocan en el cuerpo de Cristo. Si puedo ser honesto, eso ha sembrado en mí un temor santo que me mantiene alerta ante cualquier circunstancia que pueda atentar contra la permanencia y la perdurabilidad de mi llamado. Somos frágiles, vulnerables y, sin Cristo, nada somos.

Puede ocurrir en un instante
La naturaleza nos enseña que el agua rompe la roca con el paso del tiempo, gota tras gota. Pero la Escritura también nos muestra que Dios, en su soberanía, puede dar agua de la roca en un instante, como lo hizo con Israel en el desierto (Éxodo 17:6). Esto me recuerda que, aunque la constancia es el camino normal del creyente, nunca debemos perder la esperanza de que Dios puede sorprendernos y acelerar los procesos. Lo que en lo natural tardaría años, en un momento puede convertirse en provisión abundante, porque nuestro Dios es fiel y todopoderoso.

El testimonio de los que perseveraron y uno mío
Me gusta recordar que no estoy solo en esta carrera. Abraham, José, Daniel… todos ellos vencieron por constancia. Abraham esperó años por la promesa; José perseveró en la fidelidad aun siendo esclavo y preso; Daniel oró cada día aunque sabía que podía morir por hacerlo. Hebreos nos anima: “Porque os es necesaria la paciencia, para que habiendo hecho la voluntad de Dios, obtengáis la promesa” (Hebreos 10:36). Esa palabra se ha convertido en un ancla para mi vida y ministerio. Esa paciencia no es pasividad, sino constancia. Es la misma enseñanza que vemos en la naturaleza cuando el agua golpea la roca: no la vence en un instante, sino con el paso del tiempo, gota tras gota. De igual manera, el creyente que persevera en la voluntad de Dios, aun sin ver resultados inmediatos, terminará viendo cómo lo que parecía inamovible se abre, y la promesa finalmente se cumple.

Recuerdo cómo pasé un tiempo esperando que Dios manifestara su mano sobre una situación en el ministerio que yo no veía cambiar ni transformarse. En mis tiempos de oración, su voz me decía constantemente en el corazón: “solo sigue”. A mi esposa, lo recuerdo como si fuera ayer, yo le decía: “sigamos, eso siento que el Espíritu Santo me está diciendo”. Hoy, al mirar atrás, puedo hacerlo con gratitud. La perseverancia y la espera dieron fruto. El ministerio atravesó una crisis, pero la fe constante abrió camino donde parecía no haberlo. Y en esa área donde tanto necesitaba ver la gloria de Dios, su respuesta finalmente llegó.

El agua no rompe la roca por su fuerza, sino por su constancia. Así también nuestra vida espiritual. No se trata de momentos de emoción, sino de permanecer fieles cada día en oración, en la Palabra y en medio de la prueba. Yo no soy el mismo que comenzó hace años, no porque haya tenido un momento espectacular, sino porque Dios me enseñó a permanecer. No importa si hoy tu fe parece pequeña o tu oración débil. Lo que importa es que sigas cayendo como la gota de agua sobre la roca. Con el tiempo, lo que parecía imposible comenzará a abrirse.

Si hoy estás en una situación donde no ves ningún cambio en aquello que tu corazón pide, y estás convencido de que tu petición está alineada con la voluntad de Dios, persevera. No te rindas. Sigue creyendo. La gota de tu fe constante terminará abriendo camino en la roca más dura, y a su tiempo verás la gloria de Dios manifestarse.
“No nos cansemos, pues, de hacer bien; porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos” (Gálatas 6:9).

 
 
 

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