Pocos himnos han tocado tantos corazones como Sublime Gracia. Pero detrás de sus líneas hay una historia real, marcada por dolor, pecado y redención.
John Newton no siempre fue pastor ni compositor de himnos. Durante años fue un hombre rebelde, sin rumbo y profundamente endurecido. A bordo de un barco negrero en el siglo XVIII, traficaba esclavos africanos hacia Inglaterra. Participó en la crueldad, en el abuso y en el sufrimiento humano más terrible. Pero Dios lo estaba buscando Esa búsqueda divina es el hilo que recorre toda la historia humana. No somos nosotros quienes damos el primer paso; es Dios quien nos alcanza en medio del naufragio. Newton fue transformado poco a poco, hasta dejar atrás la esclavitud y convertirse en pastor, mentor y compositor.
Una noche de tormenta en el mar, el barco donde viajaba estuvo a punto de hundirse. Mientras el agua entraba por los costados y todo parecía perdido, Newton clamó por primera vez al Dios que había ignorado. Aquel clamor fue el inicio de su conversión. No cambió de inmediato, pero ese momento marcó el principio de una transformación profunda.
Con el tiempo, Newton abandonó completamente la trata de esclavos, se dedicó al ministerio cristiano y se convirtió en un fiel predicador del Evangelio. Ya anciano, mirando hacia atrás y recordando la oscuridad de su pasado, escribió un himno que se volvió eterno: “Sublime gracia del Señor que un infeliz salvó; fui ciego mas hoy puedo ver, perdido y Él me halló..”
Esas palabras no nacieron de una inspiración poética, sino de una experiencia real: la certeza de que la gracia de Dios puede rescatar al más perdido y darle un nuevo propósito.
John Newton solía decir en sus últimos años: “Mi memoria casi ha desaparecido, pero dos cosas recuerdo: que soy un gran pecador, y que Cristo es un gran Salvador.”
Esa es la esencia del Evangelio. No importa cuán lejos hayamos estado ni cuán bajo hayamos caído: la gracia de Dios sigue siendo más fuerte, más alta y más sublime que todo nuestro pasado. No hay pecado que Su gracia no pueda redimir, ni historia que Su amor no pueda reescribir.
Comentarios