La Iglesia: Amarla o Criticarla
- Fernando Arias
- 22 may 2024
- 4 Min. de lectura

En mis años de vida, he observado un principio que se repite tanto en las Escrituras como en las experiencias personales y compartidas: aquellos que bendicen a la Iglesia de Cristo tienden a experimentar una mayor plenitud, paz y bendición en sus vidas. Por el contrario, quienes optan por atacar, criticar o murmurar contra ella, raramente encuentran verdadera felicidad o realización espiritual.
La Biblia, en múltiples pasajes, resalta la importancia de mantener una actitud de respeto y amor hacia la Iglesia, que es descrita como la Novia de Cristo. En Efesios 5:25-27, Pablo exhorta a los esposos a amar a sus esposas "como Cristo amó a la iglesia y se entregó a sí mismo por ella." Este pasaje no solo subraya el amor sacrificial de Cristo por su Iglesia, sino también establece un modelo de cómo los creyentes deben tratar a la institución eclesiástica. Personalmente, si la Iglesia es la Novia del Señor, prefiero cuidar bien mis palabras y pensamientos hacia ella.
Es crucial reconocer que, si bien la Iglesia como organismo está liderada y conformada por seres humanos y, por ende, es susceptible a errores y fallas, sigue siendo la entidad que Cristo escogió para representar su presencia en la tierra. Santiago 3:10 recalca, "De una misma boca proceden bendición y maldición. Hermanos míos, esto no debe ser así." Si nuestra boca es capaz de bendecir y maldecir, debemos elegir conscientemente lo primero, especialmente cuando se trata de lo que para Dios es importante.
Además, en Mateo 16:18, Jesús declara, "Y yo también te digo que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella." Este versículo no solo establece la fundación divina de la Iglesia sino que también promete su perpetuidad y victoria sobre el mal. Atacar a la Iglesia, por lo tanto, es luchar contra un propósito establecido por la voluntad divina de Dios y que no podrá ser destruido.
Dios nos dotó de una libertad para escoger al crearnos. Esta capacidad de elegir revela que Dios busca ser amado genuinamente, no por obligación, sino por una elección voluntaria y amorosa. En vez de crear seres automatizados que cumplen ciegamente sus mandatos, Dios prefirió hijos con personalidades únicas y pensamiento propio, deseando una relación auténtica con nosotros. Esta libertad implica que también tenemos la opción de obedecer o desobedecerlo. No obstante, como advierte Gálatas 6:7, "Dios no será burlado". Las acciones de burla y blasfemia son temporales y pueden llegar a enfrentar sus consecuencias. Finalmente, cada persona recoge lo que ha siembra.
Al aplicar este entendimiento a cómo nos relacionamos con la Iglesia, resulta esencial recordar que, como la Iglesia es la representación de Cristo en la Tierra, nuestras palabras y acciones hacia ella deben reflejar nuestro amor y respeto hacia Dios. Criticar a la Iglesia no solo desafía el propósito divino, sino que también podría alejarnos de la gracia de Dios, dada nuestra elección de sembrar división y discordia en lugar de unidad y respeto.
En mis reflexiones personales, he concluido que criticar a la Iglesia no contribuye a su mejora ni refleja el carácter de un corazón transformado por el amor de Cristo. Proverbios 11:12 enseña que "El que desprecia a su prójimo carece de sensatez, pero el hombre prudente se calla." La prudencia y el amor deben guiar nuestras palabras y actitudes hacia la edificación saludable de la Iglesia de Cristo.
Por ello, aliento a mis hermanos en la fe a adoptar una postura de humildad y oración. Si percibimos fallos o necesidades dentro de la Iglesia, es más fructífero llevar estos asuntos ante Dios en oración y trabajar constructivamente desde dentro para edificar, que dedicar el tiempo a destruir con nuestras palabras o acciones.
Como seguidores de Jesús, estamos llamados a bendecir su Iglesia, a amarla y a contribuir a su crecimiento y purificación. No por su perfección, sino por su posición como la Novia de Cristo y por nuestro compromiso de ser parte de una comunidad que, a pesar de sus imperfecciones, seguirá siendo el vehículo elegido por Dios para manifestar su amor y su verdad en el mundo.
¿Te imaginas un mundo sin Iglesia? Sin la presencia constante y guía de la Iglesia, la inmoralidad y el pecado reinarían en nuestro planeta. La brújula moral que nos orienta hacia el bien sería reemplazada por la anarquía y la corrupción. La luz del evangelio, que ilumina nuestro camino y nos ofrece esperanza y salvación, no estaría disponible para millones de almas. Sin el mensaje redentor de Jesús, muchos estarían condenados a una eternidad sin Él, perdidos en la oscuridad y el desespero.
La Iglesia es más que un edificio; es la comunidad viva de creyentes que lleva la palabra de Dios al mundo, que promueve la justicia, la caridad y el amor. Al bendecir y apoyar a la Iglesia del Señor, estamos protegiendo este faro importante en un mundo envuelto en tinieblas. No olvidemos su importancia y el impacto transformador que tiene en nuestras vidas y en la sociedad.



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