Luchando con la ansiedad y la depresión: Una breve perspectiva pastoral y bíblica sobre la fe y la salud mental
- Fernando Arias
- hace 5 días
- 7 Min. de lectura

La realidad de la lucha
La ansiedad y la depresión no son experiencias ajenas al cristiano. Muchos creyentes, a pesar de su amor por Dios y su compromiso con la fe, atraviesan temporadas de oscuridad emocional, pensamientos abrumadores y un peso interior difícil de describir. Tristemente, a veces hemos caído en la trampa de minimizar estas luchas, reduciéndolas a “falta de oración” o “poca fe”. Pero la realidad es que la ansiedad y la depresión son parte de la condición humana en un mundo quebrantado. Reconocerlo no nos hace menos espirituales; nos hace más honestos.
La Escritura está llena de ejemplos de hombres y mujeres de fe que también atravesaron desiertos emocionales: Elías deseó morir en medio de su agotamiento (1 Reyes 19:4), David derramó su alma en lamentos y lágrimas, y el mismo Señor Jesús sudó gotas de sangre en Getsemaní al enfrentar la angustia (Lucas 22:44). Estas experiencias nos recuerdan que la fe no nos exime de la fragilidad, sino que nos sostiene en medio de ella.
Quizás una de las pruebas emocionales más difíciles que he tenido que cargar es lidiar con la ansiedad. No es el momento de dar detalles de las razones, pero sí puedo decir que los siervos de Dios luchamos mucho con ello. He encontrado colegas, pastores y líderes que en momentos de confianza han reconocido sus propias batallas internas. Y todos coincidimos en lo mismo: no se puede mostrar así no más.
La carga pastoral, y del liderazgo en general, complica las cosas, porque se espera que el pastor sea siempre fuerte, siempre firme, siempre disponible. Pero la realidad es que muchas veces solo el cónyuge o la familia más cercana ven las lágrimas, la inquietud en las madrugadas, o las preguntas que se llevan en el corazón. Esa presión de no poder mostrarse vulnerable en lo público hace que la lucha emocional se vuelva más pesada.
Y quizás en esa situación estás tú, en una temporada donde no puedes revelar con facilidad lo que llevas dentro. Tal vez sonríes en público, pero en lo privado tu alma clama por alivio. Si ese es tu caso, quiero decirte con todo mi corazón: no estás solo, y no eres menos hijo de Dios por sentir lo que sientes.
La perspectiva bíblica
El salmista expresa su clamor en Salmo 42:5:“¿Por qué te abates, oh alma mía, y te turbas dentro de mí? Espera en Dios; porque aún he de alabarle, salvación mía y Dios mío”. Aquí encontramos un corazón profundamente atribulado, pero que no renuncia a la fe. La ansiedad y la esperanza coexisten en un mismo clamor.
Pablo escribe en Filipenses 4:6-7:“Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús”. Este pasaje no es una reprensión cruel al ansioso, sino una invitación a depositar las cargas en Aquel que tiene poder para traer paz en medio del caos.
Y en 2 Corintios 12:7-10, Pablo habla del “aguijón en la carne” y reconoce que su debilidad es el lugar donde el poder de Dios se perfecciona. Esto nos enseña que la gracia de Dios no siempre quita la carga inmediatamente, pero sí nos sostiene con suficiente fuerza para seguir caminando. ¿Por qué muchas veces no lo hace de inmediato?
La Biblia nos da varias luces para entenderlo:
La gracia en la debilidad: En 2 Corintios 12:7-10, Pablo pide tres veces que Dios le quite el aguijón. Dios le responde: “Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad”. No fue falta de amor de Dios, sino un propósito mayor: que Pablo descubriera que la verdadera fortaleza no está en la ausencia de problemas, sino en la presencia de Cristo en medio de ellos.
Formación y dependencia: Muchas veces, al no retirar inmediatamente la carga, Dios nos enseña dependencia diaria. Jesús nos enseñó a orar: “El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy” (Mateo 6:11). La misericordia que se renueva cada mañana (Lamentaciones 3:23) nos forma en paciencia, perseverancia y confianza.
Madurez espiritual: Santiago 1:2-4 nos recuerda: “Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia. Mas tenga la paciencia su obra completa, para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna”. A veces, y esto es difícil reconocerlo en medio de la prueva, el proceso mismo de llevar la carga es lo que nos madura en la fe.
Testimonio y consuelo para otros: Lo que hoy sufrimos puede ser usado mañana como herramienta para animar a alguien más. Pablo dice en 2 Corintios 1:3-4 que Dios nos consuela en nuestras tribulaciones para que nosotros podamos consolar a otros en las suyas.
En otras palabras, Dios sí puede quitar la carga de inmediato, pero en su sabiduría perfecta a veces la deja para que experimentemos algo más profundo que un alivio momentáneo: su gracia sustentadora, su poder en nuestra debilidad, y un carácter forjado a la semejanza de Cristo.
El cuidado de la salud mental
La fe no excluye la necesidad de atender la salud mental. Así como no dudamos en buscar a un médico cuando enfermamos físicamente, también es válido y necesario acudir a profesionales de la salud mental cuando enfrentamos depresión o ansiedad severa. La medicina, la psicología y la terapia correcta son herramientas que Dios puede usar para traer restauración. Sin embargo, es importante que este proceso esté acompañado de la debida dirección espiritual, para discernir con sabiduría y mantener la mirada fija en Cristo en medio del tratamiento.
El papel de la iglesia también es crucial. Ésta debe ser un espacio seguro donde las personas puedan compartir sus luchas sin temor a ser juzgadas. Portar las cargas los unos de los otros (Gálatas 6:2) significa acompañar con empatía, oración y apoyo práctico a quienes atraviesan valles emocionales. Para eso es imperativo que el liderazgo en la iglesia sea maduro, preparado y capacitado con la correcta guianza, de manera que pueda acompañar a los creyentes en sus procesos de sanidad integral.
He visto cómo muchos, en lugar de avanzar, retroceden en su proceso porque, si bien es necesario buscar ayuda, hacerlo con las personas incorrectas puede retrasar o incluso agravar el problema. En mis años como pastor debo confesar, sin ningún afán de jactancia, que han sido innumerables las ocasiones en que hemos tenido que intentar enmendar decisiones tomadas bajo malos consejos. No siempre son consejos malintencionados, pero es sorprendente la cantidad de personas que se creen expertas en temas donde no tienen ni la preparación médica ni la solvencia espiritual para guiar a otros. Esto causa heridas profundas en el corazón de quienes buscan alivio, y los que llevamos años en la consejería pastoral conocemos el arduo trabajo que representa tener que corregir lo que una orientación equivocada provocó.
Sin culpa espiritual
Es importante dejar claro: luchar con ansiedad o depresión no es señal de falta de fe. La fe no se mide por la ausencia de problemas, sino por la capacidad de seguir confiando en Dios en medio de ellos. Sentir dolor, tristeza o temor no significa fracaso espiritual, sino que somos humanos profundamente necesitados de la gracia.
En lugar de culpa, debemos reconocer que estas luchas pueden convertirse en oportunidades para experimentar a Dios de maneras nuevas. En el quebranto, aprendemos dependencia. En la fragilidad, descubrimos la suficiencia de su gracia porque es justamente cuando llegamos al límite de nuestras fuerzas que aprendemos a depender totalmente de Dios. Mientras creemos que podemos sostenernos solos, su gracia puede parecernos algo lejano o secundario; pero cuando la debilidad nos afecta, cuando la ansiedad o la tristeza nos muestran lo vulnerables que somos, entonces experimentamos que su gracia no es un concepto, sino una realidad viva que nos levanta. Pablo lo expresó con claridad: “Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Corintios 12:10). Es en ese lugar de quiebre donde entendemos que la suficiencia no está en nosotros, sino en Aquel que nos sostiene aun cuando sentimos que no podemos más.
La esperanza y la sanidad
Aunque la ansiedad y la depresión son reales, también lo es la esperanza. El Dios que nos creó conoce nuestra mente, nuestras emociones y nuestros pensamientos más íntimos. Él promete estar cerca del quebrantado de corazón (Salmo 34:18) y renovar nuestras fuerzas como las del águila (Isaías 40:31).
La sanidad puede ser un proceso, a veces gradual, que involucra oración, acompañamiento, consejería y tratamiento médico. Pero también creemos en la intervención sobrenatural de Dios, quien puede traer consuelo, restauración y paz en un instante. La buena noticia es que, aun en la lucha, no estamos solos. Cristo nos acompaña en el valle de sombra y de muerte, y su promesa de vida abundante sigue siendo real.
La esperanza no es solo una verdad teológica, sino una experiencia viva que Dios nos permite saborear incluso en medio de la tormenta. En lo personal, recuerdo un momento de mucha ansiedad por un problema que estaba enfrentando. Mientras me estacionaba en el parqueo de nuestra iglesia, comenzó a resonar en mi corazón aquella canción que dice: “En ti, confía mi corazón, en ti, reposa mi alma, mi ser…”. Fue como si el Espíritu Santo usara esa melodía para recordarme que no estaba solo, que podía descansar en Dios aunque alrededor hubiera tempestad. Ese mismo día vi la mano de Dios obrar de una manera que solo Él podía hacerlo.
Esa experiencia me enseñó que la esperanza no siempre llega como una solución inmediata, sino como una certeza interior: que el Dios que está con nosotros en la ansiedad también es fiel para guiarnos hacia la paz y mostrarnos su poder en el momento oportuno.
Entonces sí, un cristiano puede luchar con ansiedad o depresión y aún tener fe. De hecho, esa lucha puede ser el terreno donde la fe se hace más profunda, más auténtica y más dependiente de Dios. La gracia de Cristo no se retira en medio de nuestras batallas internas; al contrario, se hace más tangible.
Que este mensaje traiga esperanza a quienes hoy sienten que la carga es demasiado pesada. Recuerda: no estás solo, tu fe no es inválida por tu lucha, y el Dios que te sostiene en la tormenta tiene poder para llevarte hacia un futuro de paz y sanidad.
Comentarios