top of page

No tengo fuerzas, pero sí un Dios fuerte

  • Foto del escritor: Fernando Arias
    Fernando Arias
  • 30 may
  • 3 Min. de lectura

Hay días en los que simplemente no podemos más. Nos cansamos. No por falta de fe, sino por el peso del camino. No porque hayamos renunciado, sino porque hemos dado todo lo que teníamos. A veces, en esos momentos de agotamiento, lo último que esperábamos aparece: una batalla más. Un enemigo más. Una prueba más. Y ahí, justo ahí, es donde esta historia nos encuentra.

“Y David se cansó…” (2 Samuel 21:15)
ree

Cuando el enemigo espera tu cansancio

David era un guerrero probado. Había vencido gigantes, conquistado ciudades, resistido persecuciones. Pero este día fue distinto. Este día, el rey se cansó. Y justo en ese momento, uno de los descendientes de los gigantes apareció para matarlo.


Los enemigos, no siempre atacan en la cima. Atacan en el valle. No cuando estamos fuertes, sino cuando estamos más frágiles. Cuando estamos solos. Cuando nos duele el cuerpo y el alma. Y como en el caso de David, a veces lo hacen con una “espada nueva”: un ataque inesperado, una noticia que nos desarma, un problema que nunca antes habíamos enfrentado.


Pero aquí está la primera buena noticia: aunque tú estés cansado, Dios no lo está. Dios no solo te da fuerza; también te da aliados Cuando Isbí-benob (uno de los gigantes) se levantó contra David, el relato dice: “...Abisai… llegó en su ayuda, e hirió al filisteo y lo mató.” (v. 17)


A veces, Dios no envía ángeles del cielo. A veces, envía hermanos valientes. Personas que pelean por ti cuando tú no puedes más. Que oran por ti en tu noche más oscura. Que aparecen cuando tú estás por rendirte, cuando no puedes más.


No subestimes a las personas que Dios ha puesto a tu lado. Ellos son parte de su provisión.


¿Recuerdas al paralítico de Marcos 2? No podía llegar solo a Jesús. Pero tenía amigos que lo cargaron, rompieron un techo y lo bajaron hasta el Maestro. Así obra Dios: cuando tú ya no puedes moverte, Él pone a alguien que te lleva a Su presencia.


Los gigantes tienen una misión

¿Y qué busca un gigante cuando aparece en nuestra vida? La Biblia nos muestra que no solo vienen a gritar, sino a operar con tres intenciones claras:


Intención 1. Intimidarte

Buscan paralizarte. Usan el miedo, la ansiedad, las dudas. Su voz no es más fuerte que la de Dios, pero hacen que lo parezca.


A esto, Dios responde:

“No temas, porque yo estoy contigo… siempre te ayudaré…” (Isaías 41:10)

Intención 2. Desgastarte

Los gigantes no siempre golpean con violencia. A veces simplemente desgastan: minan tu ánimo, secan tu fe, erosionan tu esperanza.


A esto, Dios responde:

“Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar.” (Mateo 11:28)

Ejemplos bíblicos abundan: Sansón fue desgastado, no vencido de golpe. Eva fue seducida palabra tras palabra. Israel fue cansado en el desierto. Así también opera el enemigo hoy.


Intención 3. Destruirte

No solo buscan atacarte. Quieren robarte el propósito, matar tu identidad, destruir tu llamado.


A esto, Dios responde:


Pero Jesús lo advirtió y prometió lo contrario: “El ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir; yo he venido para que tengan vida…” (Juan 10:10)


“Esta batalla no es tuya…”

Dios no ignora la debilidad. No desprecia tus lágrimas ni se escandaliza por tu agotamiento. Él mismo lo dijo: “Jehová peleará por vosotros, y vosotros estaréis tranquilos.” (Éxodo 14:14) Este versículo fue dicho cuando Israel estaba atrapado entre el ejército de Faraón y el Mar Rojo. No tenían armas ni salida. ¿Y qué hizo Dios? Lo imposible: abrió camino en medio del mar. Él lo hará por ti también.


Hoy puede que estés como David: cansado, atacado, vulnerable. Pero también como David, tienes un Dios fuerte y personas a tu lado que no permitirán que tu lámpara se apague. No se trata de que no te canses. Se trata de que, aun cansado, recuerdes que tienes un Dios que pelea por ti.


Recuerda: no estás solo. No estás desprotegido. No estás olvidado. Puedes decirlo con fe, aunque sea entre lágrimas: “No tengo fuerzas… pero sí tengo un Dios fuerte.” Si has leído estas líneas y ellas describen la estación en la que estás, oro para que Dios hable a tu vida y brinde el consuelo que necesitas mientras ves cómo él pelea esta batalla por ti. ¿Qué puedes hacer mientras tanto? Ora. Lee su Palabra y adóralo. Estos tres hábitos espirituales son la medicina que tu corazón necesita ahora mismo. ¡Dios te bendiga!

 
 
 

Comentarios


bottom of page