¿Qué pasó en esos 400 años entre el libro de Zacarías y el evangelio de Mateo?
- Fernando Arias
- 16 jul
- 4 Min. de lectura
Esta es una de esas preguntas que, tarde o temprano, todos los que amamos la Palabra terminamos haciéndonos: ¿qué pasó entre el último profeta del Antiguo Testamento y el nacimiento de Jesús? ¿Por qué, si Dios había hablado con tanta frecuencia antes, de repente hubo un silencio que duró siglos?
El libro de Zacarías y su contemporáneo Malaquías marcan los últimos ecos proféticos antes de que se cierre el telón del Antiguo Testamento. Después de eso… nada. No hay nuevos profetas, no hay visiones registradas, no hay palabra fresca. Solo silencio. Cuatro siglos de espera.

¿Qué ocurrió históricamente?
Aunque la Biblia guarda silencio en ese período, la historia no. A esos 400 años se les llama el período intertestamentario. Son años clave para comprender el mundo en el que Jesús nació.
Aquí algunos hechos destacados:
Al principio, el Imperio Persa siguió gobernando sobre los judíos, tal como vemos al final del Antiguo Testamento.
Luego, Alejandro Magno conquistó la región (alrededor del 330 a.C.) e impuso la cultura griega en todo su imperio. A eso se le llama helenismo, y afectó profundamente el idioma, las costumbres y hasta la manera de pensar del pueblo judío.
Cuando Alejandro Magno murió, su imperio se dividió. Judea quedó atrapada entre dos potencias: los gobernantes de Siria (los seléucidas) y los de Egipto (los ptolomeos), que se disputaban el control de la región.
En ese tiempo, un rey llamado Antíoco IV Epífanes profanó el templo en Jerusalén e intentó obligar a los judíos a abandonar su fe. Eso provocó una rebelión conocida como la revuelta de los Macabeos, que logró recuperar la independencia por un tiempo.
Pero más adelante, el Imperio Romano tomó el control y puso a Herodes como rey en Judea (hacia el año 37 a.C.), preparando así el contexto político en el que nacería el Mesías.
En lo religioso, surgieron los fariseos, saduceos, escribas, y esenios. También se tradujo el Antiguo Testamento al griego (la famosa Septuaginta). Aunque Dios parecía guardar silencio, su mano seguía obrando entre bastidores.
¿Qué hacía Dios en medio de ese silencio?
Aquí está lo más importante: el hecho de que Dios no hablara, no significa que no estuviera trabajando. Su silencio no es ausencia. En realidad, todo estaba siendo cuidadosamente alineado para la llegada del Hijo. Pablo lo resume con precisión en Gálatas 4:4: “Pero cuando se cumplió el tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley.” El cumplimiento del tiempo. Eso quiere decir que el tiempo no se había detenido; simplemente estaba siendo perfeccionado.
También hubo 18 años de silencio en la vida de Jesús
No es casualidad que este patrón se repita en la vida de Cristo mismo. Después de su infancia, sabemos que Jesús fue presentado en el templo, que creció en sabiduría y gracia, y que a los 12 años tuvo una conversación impactante con los doctores de la ley. Pero después de eso… silencio otra vez. Desde los 12 hasta los 30, no tenemos un solo registro bíblico.
¿Qué hacía Jesús en esos años? Estaba creciendo. Estaba formándose. Estaba obedeciendo a su Padre y esperando su hora.
A veces pensamos que el propósito de Dios se ve solamente en los momentos “visibles”, cuando hay milagros, palabras, señales. Pero no es así. Dios también obra en los procesos largos, en los años “invisibles”, en las etapas que parecen pausas, pero en realidad son preparación.
Quizá estás leyendo esto y estás en medio de tu propio “período intertestamentario”. Tal vez hubo un tiempo en el que Dios te hablaba con claridad, lo sentías cercano, te movías con dirección. Pero ahora todo parece silencio. Parece que el cielo ha cerrado sus puertas y solo queda esperar. Quizá no entiendes lo que está ocurriendo, y eso puede ser doloroso.
Pero quiero decirte con todo mi corazón: el silencio de Dios no es su ausencia, sino parte de su proceso. Hay pausas que Él permite para madurar, preparar, filtrar, alinear, limpiar. Esas pausas no son un castigo, son una antesala. En el silencio, Dios está obrando más de lo que imaginas.
Otros silencios divinos que prepararon algo mayor:
Moisés estuvo 40 años en el desierto antes de comenzar su llamado.
David fue ungido siendo joven, pero esperó muchos años entre persecución y anonimato antes de ser rey.
José fue vendido y olvidado en una cárcel antes de interpretar el sueño del faraón.
Elías se escondió en un arroyo por meses, alimentado por cuervos, antes de enfrentar a los profetas de Baal.
Todos vivieron etapas de aparente silencio, pero en realidad, eran temporadas de formación.
Volvamos a la pregunta inicial: ¿qué pasó en esos 400 años? Pasó lo que pasa en cada “silencio divino”: Dios estaba alineando todo para algo glorioso. Estaba preparando el camino para su Hijo. Cuando pareció que no pasaba nada… en realidad, todo estaba pasando. Así también contigo.
Si estás atravesando un tiempo donde no hay respuestas, no hay señales, no hay visiones… confía. Dios no está en silencio porque se haya ido. Está en silencio porque te está preparando. Y cuando llegue “el cumplimiento del tiempo”, verás que cada minuto de espera tuvo sentido.
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